Puñales por la espalda. El misterio de Glass Onion | Crítica

Otro triunfo del detective Benoit Blanc (guardar después de leer)

Daniel Craig se mete de nuevo en la piel del detective Benoit Blanc.

Daniel Craig se mete de nuevo en la piel del detective Benoit Blanc. / D. S.

Ha pasado por salas (pocas) y en tiempo limitado Puñales por la espalda: el misterio de Glass Onion. Es un aperitivo que precede a su emisión en Netflix a partir del 23 de diciembre. Muy oportuno. Nada más apetecible en una tarde de Navidad, sin quitarle su sitio a Dickens, Capra y Pepe Isbert gritando “¡Chenchoooo!”, que una muy buena película de detectives al estilo clásico de las damas británicas del crimen Agatha Christie, Josephine They, Margery Allingham o Dorothy Sayers. Teniendo en cuenta que -cito por el orden anterior- escribieron sus primeras novelas en 1920, 1923, 1924 y 1929, resulta que estas obras de entretenimiento, nacidas para ser leídas y olvidadas, llevan un siglo editándose y leyéndose, y que el cine las ha adaptado desde la era del mudo hasta hoy, es indudable que unos muy concretos placeres proporcionan.

Su ininterrumpido éxito creó una variante a partir del cine autorreferencial de los años 70 que resucitaba aquellos viejos -mejor: venerables- placeres en formas relativamente nuevas que a la vez homenajeaban el universo de los detectives de salón e ironizaban sobre ellos, casos pioneros -con los precedentes de La Pantera Rosa (1963), El nuevo caso del inspector Clouseau (1964) y Detective con rubia (1968)- de La huella (1972), Un cadáver a los postres (1976), ¿Quién está matando a los grandes chefs? (1978) o de series de gran éxito como Se ha escrito un crimen emitida desde 1984 a 1996.

Afortunadamente estos revivals elegantes, inteligentes, irónicos y amables -que ya son cualidades- nunca han desaparecido de las pantallas ni dejado de tener éxito. La prueba es la no tan frecuente suma de excelentes críticas y sonado taquillazo de Puñales por la espalda escrita y dirigida en 2019 por Rian Johnson, un director interesante que había tocado muchos géneros -cine negro con un cierto aroma Hammet (Brick, 2005), comedia de aventuras (Los hermanos Bloom, 2008), ciencia-ficción (Looper, 2012) y saga galáctica (Star Wars: los últimos Jedi, 2017)- y pareció encontrarse a sí mismo, además de un filón de oro, con Puñales por la espalda. Y no cualquier filón: haciendo historia de la producción Netflix pagó 450 millones de dólares para producir dos secuelas. Aquí está la primera de ellas. Y, esquivando el peligro del estiramiento de un éxito, Johnson lo ha vuelto a lograr.

Si la anterior se desarrollaba en una elegante mansión rural -escenario privilegiado de los juegos de salón detectivescos- esta también lo hace en una mansión, esta vez la hortera y super tecnologizada de un nuevo riquísimo, que, para ir al más difícil todavía de la reclusión, está en una isla (otro escenario detectivesco consagrado desde que en 1939 ocho personas desembarcaron en la isla del Negro, invitados a una mansión en la que había diez enigmáticas estatuillas de negritos) griega (otro guiño a Christie que gustó exponer a Poirot a los soles de Egipto, Mesopotamia o Jordania) en los recientes tiempos de confinamiento por Covid. Allí se despliega una intriga llena de giros, sorpresas y humor en el que se hace una divertida caricatura de los nuevos ricos horteras que han encontrado en las también nuevas tecnologías su El Dorado. La estrella es, por supuesto, el detective Benoit Blanc, un divertido cruce entre la pose altanera del atildado Poirot y la torpeza de Clouseau, otra vez perfectamente interpretado por Daniel Craig (hay un precedente que los cruza: el paródico Poirot que interpretó Tony Randall en Detective con rubia, libre y gamberra interpretación del gran Tashlin de El misterio de la guía de ferrocarriles de Christie rodada no casualmente en 1965, dos años después de la presentación de Clouseau en La Pantera Rosa). Le da la réplica un Edward Norton perfecto como memo riquísimo. En torno a ellos se despliega una galería de personajes a juego con el tecno-millonario y su tecno-mansión -políticas, modelos, influencers, científicos, empresarias, streamers- muy bien interpretados por Kate Hudson, Janelle Monáe, Jessica Henwick, Dave Bautista, Leslie Odom Jr. o Ethan Hawke.

La estupenda banda sonora de Nathan Johnson, autor también de la anterior entrega, juega deliciosamente con las músicas y sintonías que John Addison, Henry Mancini o Dave Grusin compusieron para las películas neo-detectivescas. La música también permite una clave interpretativa al tomar la película como título la canción del álbum blanco de los Beatles en la que se tomaba el pelo a quienes veían sentidos ocultos en sus letras: “Ya te hablé de los Campos de Fresa, / ya sabes, el lugar donde nada es real. / Bueno, aquí tienes otro lugar al que puedes ir, / donde todo fluye / mirando a través de los tulipanes inclinados / para ver como vive la otra mitad, / mirando a través de una cebolla de cristal”.

Dado lo efímero de su paso por la pantalla grande esta es una crítica para guardar después de leer hasta el próximo día 23 si usted está abonado a Netflix.

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