Crítica de cine 'No te preocupes, no llegará lejos a pie'

Mi nombre es John Callahan

Hay un cierto sector de la joven cinefilia para el que no hay demasiado interés en la filmografía de Gus Van Sant posterior a la tetralogía de la muerte formada por Gerry, Elephant, Last days y Paranoid Park con la que el director de Louisville irrumpía a comienzos del siglo como uno de los grandes renovadores del cine contemporáneo a partir de una peculiar asimilación de la tradición autorial europea sin dejar de lado su interés continuado por el paisaje y el paisanaje marginal norteamericanos.

Esa premisa tiende a depreciar así títulos como Mi nombre es Harvey Milk, Restless, Tierra prometida, la inédita El bosque de los sueños y esta No te preocupes, no llegará lejos a pie, despachados con poca atención al detalle como productos integrados, acomodaticios y de escaso riesgo formal, lo que no hace justicia a la que, a mi juicio, es la principal cualidad de todos ellos: el delicado equilibrio entre la narración clásica u ortodoxa, el hueco necesario para cierto enfoque modernista y, sobre todo, la capacidad para insuflar una sincera emoción a unas historias marcadas por la utopía, la lucha por la superación y la conquista de derechos civiles como amalgama de un idealismo esencialmente norteamericano.   

No te preocupes, no llegará lejos a pie se entiende además como un filme netamente vansantiano, desde su predilección por un personaje y una historia reales cercanos a su círculo generacional y personal, la del viñetista discapacitado y alcohólico John Callahan (1950-2010), vecino de Portland, Oregon, a ese gusto por retratar a los tipos y ámbitos de lo contracultural que siguen siendo para el director de Mi Idaho privado el germen de las mejores historias y las mayores virtudes de su país.

Así, este biopic inteligentemente desestructurado (Van Sant también firma su montaje) trenza épocas y busca rimas en la accidentada vida de un desclasado alcohólico (Joaquin Phoenix, estupendo aquí en un registro locuaz) que encontrará su particular camino de redención a través del dibujo, un humor negro y políticamente incorrecto, el redescubrimiento de su cuerpo mutilado y la amistad con un singular grupo de rehabilitación liderado por un excéntrico gurú al que Jonah Hill presta una de sus mejores interpretaciones.

Van Sant sortea con éxito todos los obstáculos del buenrollismo edificante que amenazan a su historia y apuesta por el cariño incondicional hacia unos personajes en el límite de la caricatura, tipos marginales, heridos e inadaptados que, bajo su mirada cálida y su manejo de los tiempos y las emociones, construyen un retrato humano honesto y apasionante que termina alejándose de los fáciles mensajes de autoayuda para celebrar la diferencia, el poder de la creación y la autobiografía diferida en una cinta que no necesita camuflarse de experimento para seguir sumando logros a una de las carreras más interesantes del último cine norteamericano.   

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