Crítica de Cine

Los horrores de la posguerra

Una imagen de la película escrita y dirigida por el danés Martin Zandvliet.

Una imagen de la película escrita y dirigida por el danés Martin Zandvliet.

Tras la liberación de Dinamarca las autoridades decidieron utilizar a 2.000 soldados alemanes prisioneros para liberar las playas del millón y medio de minas antipersona puestas por el ejército alemán, convencido de que el desembarco aliado se produciría allí. La mitad de ellos murieron al hacerlo o quedaron gravemente mutilados. Nada que objetar, en principio: en el seguro caso de que algunas estallasen al ser desactivadas, mejor que murieran quienes las pusieron tras invadir el país desatando un terror que la historia jamás antes había conocido. El problema es que los soldados que al final de la guerra Alemania enviaba al frente eran niños y adolescentes, si no inocentes, al menos no culpables: unos habían sido movilizados a la fuerza y otros eran voluntarios fanatizados por las Juventudes Hitlerianas con pocas posibilidades de defenderse ante el formidable aparato de propaganda nazi.

La película plantea así angustiosos dilemas morales e históricos. ¿Eran responsables estos chicos de 16 o 17 años de la invasión de Dinamarca -emprendida cuando ellos tenían 11 o 12 años- y de las atrocidades nazis? ¿Es éticamente lícito emplear prisioneros de guerra para esta misión peligrosísima? La lógica militar borra la personalidad individual bajo el uniforme y la guerra diluye la responsabilidad ética en el grupo. No son adolescentes sino soldados alemanes, es decir, el enemigo. Emplearlos en la desactivación de las minas no es una crueldad, dada su inexperiencia y juventud, sino el lógico castigo a quienes, aunque no fueran responsables de su colocación, pertenecen al ejército que las colocó. Por último, ¿es posible dirigir la operación, en el caso del oficial danés, sin sentir compasión hacia ellos aunque sean los restos del odiado y cruel ejército invasor?

Este episodio terrible es contado con un estilo sobrio y una precisión escalofriante por Martin Zandvliet, realizador danés que tras su rápido ascenso en su país con Aplausos y A Funny Man se ha consagrado internacionalmente con esta película que, tras ser nominada al Oscar, le ha abierto las puertas de Hollywood donde ahora rueda otra película bélica o, como Bajo la arena, más bien posbélica, ya que se ambienta en el Japón invadido por los Estados Unidos. Su consagración y la nominación que le ha llevado a Hollywood son justas. Esta película trata con rigor un tema durísimo que, sin poner en cuestión quiénes son los buenos y los malos -cuestión que en la Segunda Guerra Mundial estaba tan clara como en pocos conflictos lo ha estado-, sí matiza al reflexionar sobre la escalada de horror e inhumanidad que toda guerra conlleva, prolongándola incluso en la inmediata posguerra: no se puede volver a la normalidad en un instante tras cinco años de espanto. Las escenas en las que las minas se desactivan son una tensión casi insoportable, siendo más duras aún las del entrenamiento que las del desarrollo de la peligrosa (y necesaria) tarea. Dura, seria y pedagógica película.

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