Frozen 2 | Crítica

Digna continuación de un éxito insuperable

Una imagen de la película.

Una imagen de la película.

Hace 175 años Andersen publicó La reina de las nieves en su volumen de narraciones Nuevos cuentos de hadas. En 2013 Disney logró el mayor éxito de su etapa pos-Walt adaptándolo. Fue el fundador del estudio quien marcó el rumbo de inspirarse en cuentos tradicionales y libros infantiles o juveniles clásicos y modernod desde su primer largometraje en 1937 -la Blancanieves de los hermanos Grimm- al último –El libro de la selva de Kipling, durante cuya producción Disney falleció- con adaptaciones entre una y otra de clásicos de Collodi (Pinocho), Aberson (Dumbo), Salten (Bambi), Perrault (La Cenicienta y La bella durmiente), Carroll (Alicia en el país de las maravillas), Barrie (Peter Pan) y White (Merlín el encantador); o de éxitos literarios modernos de Greene (La dama y el vagabundo), Smith (101 dálmatas) y Travers (Mary Poppins). La literatura primero, podría ser su lema. Y no debe ser casual que la Disney se reencontrara a sí misma tras el bache sufrido después de la desaparición de su fundador recurriendo a Andersen en La sirenita.

En 2013 Frozen se convirtió en uno de los mayores éxitos comerciales de la larga historia de Disney, y del cine, logrando a la vez un unánime reconocimiento crítico. Hacer una segunda parte es de pura lógica comercial a la vez que un riesgo calculado. No le ha salido mal, lo que ya es mucho decir teniendo en cuenta la originalidad y calidad de la primera. En lo comercial es seguro que le irá más que bien. En lo artístico cumple. No supera a la anterior, ni tan siquiera la alcanza. Pero tampoco despilfarra sus hallazgos.

La primera parte, sobre todo, es extraordinaria. Su resolución técnica es espectacular y asombrosa si algo en este terreno puede asombrar, con hallazgos de gran fuerza poética como los recuerdos de hielo. Como comedia musical animada es un logro. El tratamiento del proceso de maduración de la protagonista -sobre cuya sexualidad tanto se ha escrito como si Disney tuviera la obligación de crear una protagonista gay- está bien resuelto; está muy bien que se presenten alternativas a los personajes y situaciones tradicionales del universo de los cuentos y las películas inspiradas en ellos, pero esto no significa censurarlos o reescribirlos para adecuarlos a los dictámenes del puritanismo de la corrección política. Es tan evidente que la propuesta de la nueva heroína sin héroe y princesa sin príncipe buscaba adecuarse a los tiempos como lo que significó la canción Let it go. Pero la presión del puritanismo "emancipador" de la corrección política no puede pretender forzar los guiones como lo hacía ese otro puritanismo "represor" que impuso el código de censura en Hollywood.

El humor funciona muy bien como puente entre los más y los menos pequeños porque estos, afortunados que son, no entienden de las maduraciones, turbaciones, dudas, responsabilidades o desafíos de la vida que afectan a la protagonista. Los niños a quienes las circunstancian les dejan serlo no oyen los susurros que inquietan a Elsa y la impulsan a vivir nuevas aventuras. Y el público no único, pero sí preferente de la animación -que tal vez en muchos casos se esté haciendo demasiado adulta- son ellos. La película ha tenido en cuenta que los niños a los que Frozen fascinó hace seis años hoy son adolescentes, pero también que hay un nuevo público infantil al que contentar. Y creo que logra satisfacer a ambos.

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