Las distancias | Crítica

El desencanto 'indie'

El nuevo cine indie catalán tiene cierta querencia por Berlín, ciudad reconstruida y sin centro, territorio de exilio moderno, mezcla, anonimato y desaparición. O al menos así lo cuentan Júlia ist, de Elena Martín, sobre los avatares interiores de la experiencia Erasmus, y esta Las distancias premiada en Málaga con la que Elena Trapé (Blog) traza la crónica del fracaso de la generación de treintañeros afectados por una doble crisis económica y de identidad.

Planteada inicialmente como variación de la reunión distópica, con la llegada de un grupo de amigos a la capital alemana para visitar a un viejo miembro de la pandilla universitaria, la película evita la escalada hacia el estallido dramático y la catarsis del grupo en el espacio reducido para dispersarse poco a poco en las circunstancias, los trayectos y el retrato aislado de cada uno de sus personajes, tipos a la deriva que apenas esconden sus respectivas crisis bajo la fachada forzosa del buen rollo y el reencuentro.

En cualquier caso, una cierta sensación de impostura dramática invade la película, por más que Trapé pretenda invisibilizarla con la transparencia realista de la puesta en escena y el registro naturalista de sus intérpretes: todas y cada una de sus criaturas acarrean una pose existencial, una mezquindad y una amargura de diseño que por momentos resulta artificiosa e insufrible, como si bajo las idas, esperas, silencios, gestos y venidas estuviéramos viendo en todo momento un guion destinado a subrayar sus temas (el final de la amistad, la realidad de la precariedad, la imposibilidad del amor y el compromiso, la decepción por los ideales truncados) sin apenas dejar resquicios para la vida.