¡Scooby! | Crítica

Saturación de estímulos

Shaggy y Scooby-doo en una imagen del nuevo largo de la franquicia animada.

Shaggy y Scooby-doo en una imagen del nuevo largo de la franquicia animada.

Nueva entrega en formato largo de animación 3D de la franquicia creada por Hannah-Barbera en 1969 protagonizada por el perro Scooby-doo, su dueño adolescente  Shaggy y sus compañeros de aventuras cazafantasmas en furgoneta, ¡Scooby!, ahora de la mano de Warner, insufla anabolizantes digitales posmodernos a las clásicas andanzas blancas del gran danés babeante para poner al día, en plan discoteca ambulante, algunas de esas viejas peripecias aptas para todos los públicos que han pasado ya por sucesivas temporadas televisivas y que tuvieron un triste precedente en la versión mixta de 2002 dirigida por Raja Gosnell.

Con una serie de guiños adultos a personajes locales y de la televisión norteamericana (de Ruth Bader Ginsburg a Simon Coswell) no demasiado conocidos por aquí, la película despliega su pirotecnia animada sin apenas tiempo para retener nada que no sea su lisérgica paleta de figuras, diseños y colores al servicio de una aventura escrita a 16 manos que nos llevará de las playas de Venice al Partenón de Atenas para redimir a la especie perruna y acabar con los experimentos del maléfico Dick Dastardly.

Todo servido en modo montaña-rusa, al ritmo frenético y ruidoso de las películas de superhéroes, en despliegue de puntos de vista y aderezado de canciones pop, en un formato en el que la autoparodia no parece ser precisamente el punto fuerte de la función, a la postre extenuante para el padre más paciente y mucho me temo que confusa y dispersa para el espectador infantil sobresaturado de estímulos.        

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