Hasta que la boda nos separe | Crítica

Hasta que la fórmula se agote

Silvia Alonso y Álex García en una imagen de 'Hasta que la boda nos separe'.

Silvia Alonso y Álex García en una imagen de 'Hasta que la boda nos separe'.

Nueva comedia destinada a reventar la taquilla diseñada desde los despachos y conceptos televisivos y la compra de ideas y derechos ajenos (La wedding planner, de Reem Kherici), Hasta que la boda nos separe reúne al enésimo reparto repetido e intercambiable de temporada (ahí tienen a Belén Cuesta, Álex García y Silvia Alonso al frente, y a los secundarios Lastra, Hernández, Dechent, Reina, García, Alterio, Resines u Olayo en sus roles de siempre) para agitar la vieja coctelera del enredo romántico con esas pinceladas gamberras que permiten ciertas licencias a la hora de hablar de sexo, patear a perros, romperse la crisma o tomarle el pelo a niños inocentes.

Dirige Dani de la Orden (El pregón, El mejor verano de mi vida, Litus), convertido de unos años a esta parte en el prototipo del cineasta dócil, aplicado y sin estilo (hacía tiempo que no veíamos escenas de comedia rodadas y montadas con tantos y tan innecesarios planos, por no hablar de la querencia por el diseño y el decorado de sitcom) que aplica todo ese bagaje automático que se adquiere en las escuelas de cine con dos únicos cometidos: no despegarse del guion y dejar que los intérpretes den rienda suelta a una vis cómica que, por lo general, se confunde mucho por aquí con el derecho al tartamudeo y a la réplica cronometrada.  

Por lo demás, el asunto es tan viejo como inexistente toda realidad local a su alrededor más allá del postalismo de film commission canaria; a saber, flechazos, polvos rápidos, mentiras, secretos del pasado, cuñadismo, pullitas y mucho hueco entre el pasteleo inevitable para que las guest stars televisivas (Harlem, Sevilla, Castella, Ponce) hagan su pequeña aparición con chiste. Cualquier otra variante crítica sobre el heteropatriarcado o el feminismo 2.0 es mera coincidencia.