Los renglones torcidos de Dios | Crítica

Un trilero en el sanatorio

Bárbara Lennie en una imagen del filme de Oriol Paulo.

Bárbara Lennie en una imagen del filme de Oriol Paulo.

Desconozco la oportunidad de hacer una nueva versión cinematográfica (ya hubo otra, en México, en 1983) de la popular novela de Torcuato Luca de Tena publicada en 1979, pero lo cierto es que aquí la tenemos a bombo y platillo, vistosa y costeada, en una relectura o reinterpretación que parece incidir en algunos anacrónicos lugares comunes sobre la enfermedad mental y la institución psiquiátrica y unos ramalazos misóginos bajo la arquitectura formal del thriller de misterio.

Una música herrmanniana y una vista aérea nos acercan al hospital en las afueras donde transcurrirá la acción: un juego de relatos y puntos de vista sobre la historia de la llegada de una mujer (Bárbara Lennie, creíble en este nuevo registro clásico) que, haciéndose pasar por enferma, pretende investigar la muerte de un joven con sus dotes de detective privado entre celadores, médicos y locos de atar.

El guion que firman Clua, Sendim y el propio Oriol Paulo altera tiempos, focos y perspectivas buscando ese efecto desestabilizador que ponga al espectador ante la duda constante: ¿miente ella?, ¿mienten los psiquiatras (con Eduard Fernández al frente)?, ¿quién está loco realmente? Trucos y trampas del viejo género que confunden, que es de lo que se trata, en tanto que el filme se aísla en su propia lógica y sus estereotipos funcionales y no deja pasar ni una gota de aire ni contexto (apenas un cambio de foto de Franco por la de Juan Carlos I) a través del diseño de producción retro, los pasillos de luces parpadeantes y las estancias en penumbra.

Como en los anteriores filmes de Paulo (El cuerpo, Contratiempo, Durante la tormenta), lo que cuenta aquí es el manejo algo trilero de los mecanismos de género y su puesta al límite, algo que, en esta ocasión, y con más de dos horas y media de metraje, tampoco es precisamente el fuerte de su ejercicio caligráfico. Los renglones se tuercen así con más efectismo y capricho que efectividad, y los quiebros, revelaciones y requiebros se intuyen o decepcionan casi sin necesidad de que se acaben mostrando. Si al menos todo hubiera estado a la altura desmadrada y enfática de ese alucinado juicio con el que se cierra el filme…