Petite maman | Crítica

En el espejo del tiempo

Tras su acercamiento a un amor secreto entre mujeres en la Francia del XVIII (Retrato de una mujer en llamas), Céline Sciamma regresa al presente y a ese complejo universo de la infancia y la adolescencia que ya transitara en sus tres primeros, sensibles y primorosos largos, Naissance des pieuvres, Tomboy y Bande de filles.

Y lo hace a la escala justa y precisa de su historia, en un formato breve (apenas 70 minutos) suficiente para dar cuenta de un gran tránsito fantástico entre los pliegues de lo real, ese de una niña que acaba de asistir al entierro de su abuela y que descubre en la vieja casa familiar en pleno desmantelamiento el mundo de las sombras del duelo y el pasadizo secreto hacia un bosque donde se encontrará con la infancia de su propia madre.

Con evidentes referencias a Alicia, Sciamma transita entre dimensiones sin apartarse de la superficie de las imágenes, sin artificios ni preavisos, lo que hace si cabe más fascinante este melancólico diálogo imaginario entre tiempos, pequeños gestos y personajes, más poderoso su sustrato sobre la pérdida de la inocencia y ese espejo femenino en el que se miran la niña y su doble.

Cuento infantil para adultos, o cuento adulto para niños, como prefieran, Petite maman se abre al descubrimiento del mundo y a la relación materno-filial desde unos ojos nuevos y atentos que interrogan mientras juegan, unos ojos que atraviesan y horadan lo real para instalarse en ese flujo invisible y emocionante de los afectos primordiales.