Matrix Resurrections | Crítica

Curso de recuperación para repetidores

Keanu Reeves, otra vez dentro de la Matriz y ya no tiene edad.

Keanu Reeves, otra vez dentro de la Matriz y ya no tiene edad.

Perdonen el boyerismo, pero si hay algo que me da más pereza que ver una película de Matrix es tener que escribir sobre ella, pero se hace y punto. Más de veinte años después de su estreno, su éxito comercial y su inminente conversión en fenómeno de culto capaz de generar más literatura académica y trabajos de fin de curso infumables que cualquier otra película de su tiempo, la película de las Wachowski, ahora sólo con Lana al frente, resucita literalmente ya desde su título como juego de espejos destinado a satisfacer y masajear a los seguidores irredentos pero también para intentar mofarse un poco de propios y ajenos, a saber, poniéndose a esa misma y su saga en el epicentro argumental de un nuevo viaje a la matriz de la humanidad prisionera en tiempos del algoritmo capitalista.

Así, la primera hora de esta nueva entrega juega al despiste cómico con autocitas y referencias internas en un ejercicio de autoconciencia que, lejos de la autocrítica, busca falsamente poner en perspectiva (¿alguien dijo trans?) todo aquello de las pastillas de colores, el libre albedrío o el destino en el seno de una empresa corporativa fabricante de videojuegos donde nuestro Neo ha encontrado refugio como programador de la serie del mismo nombre. Redoble de tambor.

No cabe aquí sino tomárselo todo con cierta resignación y distancia, por más que la cara de dolorosa de Keanu Reeves y sus torpes movimientos de casi sesentón atraviesa-espejos se nos antojen más bien patéticos, no digamos ya cuando, caído el telón del engaño y el pretencioso trampantojo en neolengua que sigue siendo todo, nuestro héroe se disponga a retomar las lecciones exprés de kung-fú y parada de balas para unirse a un nuevo comando rebelde multicultural con el fin de redimir el metaverso (liderado, cómo no, por un psicoanalista) y liberar a la bella Trinity de los conectores y el líquido amniótico que la retienen desde quién sabe ya cuándo.

Por mucho que la propia cinta intente, sin éxito, ironizar sobre su propia condición icónica y sus interpretaciones y malinterpretaciones críticas, Matrix Resurrections se sigue tomando a sí misma demasiado en serio como para liberarse de su peso de plomo, su tendencia a la repetición de efectos y set pieces y volar realmente como lo que tal vez debería ser, un entretenimiento ligero y pulp sin voluntad de sermonear, explicarnos (otra vez) el presente en clave caducada o dar lecciones de filosofía barata a su espectador eternamente confuso y postadolescente. Allá usted si cree que ya ha superado esa fase.