El practicante | Estreno en Netflix

Thriller con epidural

Mario Casas y Déborah François en una imagen de 'El practicante'.

Mario Casas y Déborah François en una imagen de 'El practicante'.

Aviso para navegantes, El practicante es ya la segunda película protagonizada por Mario Casas, si acaso el valor estelar masculino más sólido de nuestro cine, que se estrena directamente en Netflix, después de aquella Hogar junto al no menos rentable Javier Gutiérrez. Nueva prueba de que la gran sala va siendo cada vez más prescindible para amortizar o promocionar según qué productos, cuya viabilidad comercial, como la del fútbol, pasa antes por la recaudación del pay per view que por la asistencia al evento.

Con este contexto de fondo acelerado por la pandemia, El practicante juega sus cartas marcadas sobre territorio conocido, a saber, el thriller psicológico entre cuatro paredes con personaje perturbado y sociópata, traje arquetípico que Casas se calza con gusto en su denodado afán por pasar por buen actor a golpe de transformismo, adelgazamiento o prótesis que afeen su fornida y bella figura y disimulen sus persistentes carencias de dicción.

En efecto, la película transcurre previsible y económica en su escalada de tensión algo artificial con secuestro femenino y golpes de efecto que remiten antes a El coleccionista de Wyler que a su ambigua y romántica deriva almodovariana en ¡Átame! Pasando por alto los problemas de credibilidad de la pareja, en la que la francesa Déborah François ofrece más bien poco juego, la película de Carles Torras (Trash, Callback) se agarra a su dirección artística y a la banda sonora para insuflar algo de músculo de género a una historia mecánica y con retruécano final que no da más de sí en sus lugares comunes y soluciones de puesta en escena. O lo que es lo mismo, fast food bien empaquetado y en versión multilingüe para la parrilla global.