El agente topo | Crítica

Emoción contra dispositivo

Sergio Chamy en una imagen de 'El agente topo'.

Sergio Chamy en una imagen de 'El agente topo'.

Llega El agente topo a los cines reabiertos después de una larga cosecha de premios y reconocimientos culminada con una flamante nominación al Oscar al mejor documental. Y lo hace también cuando su tono humanista y su mensaje bienintencionado sobre la necesidad de mirar y escuchar al colectivo de la tercera edad redobla sus efectos sentimentales después de las decenas de miles de muertes provocadas por la pandemia en esas mismas residencias de ancianos que, como aquí, sirven de escenario para un juego entre el documental y la ficción con guiños al género de espías, detectives y agentes secretos.

La cinta de la chilena Maite Alberdi pone el dedo en la llaga de esa lacra social del abandono y el olvido de los viejitos al cuidado de enfermeras y asistentes sociales en recintos acotados donde las actividades infantilizadas y las rutinas diarias se convierten en tristes sustitutos de los afectos primarios y la compañía de los familiares más cercanos.

El agente topo disfraza su condición documental de un juego de género algo naïf cuyo dispositivo bascula entre las (falsas) pesquisas de un anciano infiltrado (entrañable Sergio Chamy) con la misión encubierta de destapar las miserias de la vida residencial, y el retrato cálido, cercano y directo de algunos de esos ancianos, la mayoría mujeres, que viven y padecen sus soledades, nostalgias o deseos postreros sin apenas interlocutor que las escuche ni consuele.

Es sin duda esta segunda faceta la más interesante, tal vez algo cuestionable desde una cierta ética documental, y la que se acaba imponiendo en un filme en el que el equilibrio entre el mecanismo ficcional (se entiende que consensuado y consentido) y la verdad y la emoción de sus protagonistas cuando no parecen participar del pacto lúdico con la cineasta no siempre se salda con las mejores transiciones y relevos, casi hasta el punto de que, atravesada su primera mitad, apenas nos interesan ya esos informes puntuales que nuestro infiltrado manda cada día a su cliente.