El acontecimiento | Crítica

Lo innombrable

Uno tiene asociada la Francia de 1963 a las imágenes de la nouvelle vague, a aquellos jóvenes en los cafés, jugando al pinball o bailando despreocupadamente como en las películas de Godard, en plena emancipación de un mundo adulto paternalista y de valores caducos. Tal vez por eso, esta película, ganadora de León de Oro en Venecia, golpea doblemente en su visibilización del aborto como gran tabú social de aquellos días (aún de estos), un asunto innombrable y clandestino, perseguido y castigado por ley, conquista femenina aún utópica de una sociedad mucho más conservadora de lo que aquella nueva ola cultural anunciaba.

Basada en la novela de Annie Ernaux, El acontecimiento alude precisamente a eso, a la gestión solitaria, íntima y a contracorriente de un embarazo accidental al que se quiere poner fin, el camino de obstáculos de una joven universitaria (determinada y constante Anamaria Vartolomei) que no quiere abandonar sus estudios y aspiraciones para convertirse en una madre como la suya (Sandrine Bonnaire) en un pequeño pueblo de provincias. Y a ella pega su cámara Audrey Diwan, en un nuevo ejercicio de identificación entre dispositivo cerrado y subjetividad que en todo caso deja siempre entrever por sus costados el clima hostil y la presión social para las que, como nuestra protagonista, han decidido su propio camino fuera del redil y la norma.

La película funciona así como via crucis en doble sentido: por un lado, como retrato de esa liberación sexual femenina que se atisba en el horizonte; por otro, como trayecto dramático que no escatima crudeza e incluso sordidez en esos encuentros, espacios, decisiones y acciones que conducen al acto innombrable. Un doble sentido tal vez demasiado recargado en esta última dirección, aunque a la postre comprensible como gesto político conectado con el presente que aspira a hacer visible un asunto que el cine moderno de aquellos días no se atrevió, tal vez porque no pudo, a mirar realmente de frente.