El primer largo de José Corral Llorente adolece de todos los problemas derivados de su condición híbrida, sus excesivas autolimitaciones, su indefinición genérica o su carácter de co-producción hispano-argentina. Por un lado, el filme mezcla imagen real y animación stop-motion en un intento de proyectar las aficiones, las fantasías y la locura de su protagonista, un apocado encargado del mantenimiento de un viejo y ruinoso edificio del que nunca saldremos. Por otro, se mueve entre la comedia grotesca y el thriller sin que sepamos nunca muy bien por cuál de los tonos se decanta y sin que su tedioso ritmo ayude a despejar la duda. Por último, un elenco mixto responde una vez más a las imposiciones de la co-producción que a las propias necesidades dramáticas o la credibilidad de los personajes.
Así, Contando ovejas se hace realmente exasperante en su viaje por una psique atormentada que dialoga con sus propias criaturas de trapo, en las vejaciones diarias a las que se ve sometido su protagonista (Eneko Sagardoy) en un espacio limitado, en su retrato caricaturesco de la farándula nocturna y drogadicta y, por supuesto, en su delirante deriva criminal dispuesta a redimir a un trastornado tan servicial como imaginativo.
La presencia de Natalia de Molina en un papel florero o de Manolo Solo poniendo voz al carnero cómplice de los desmanes de nuestro protagonista, no mejora precisamente las cosas.