La casa del caracol | Crítica

Maldiciones y despropósitos

El omnipresente Javier Rey, también protagonista de 'La casa del caracol'.

El omnipresente Javier Rey, también protagonista de 'La casa del caracol'.

La sombra de aquella ¿Quién puede matar a un niño? se cierne como una pesada losa sobre esta Casa del caracol con la que debuta en el largo Macarena Astorga a partir de la novela de Sandra García Nieto, un filme de terror ambientado en la Andalucía profunda de los años setenta en el que el tremendismo y lo sobrenatural intentan convivir a duras penas tras la llegada de un escritor de éxito y patilla gruesa al caserón donde pretende encontrar la inspiración para su próxima novela.

Si la escena inicial es un homenaje explícito al filme de Ibáñez Serrador, el desarrollo posterior, trama de supersticiones, leyendas y maldiciones, hombres deformes, curas filósofos, guardias civiles de paisano, lugareños hostiles, animales salvajes, bosques acechantes y niñas muertas, adolece de todos esos lugares comunes del género que uno pensaba ya erradicados de nuestro aseado cine industrial, a saber, de un efectismo audiovisual primitivo y ramplón, situaciones altamente inverosímiles (incluido el retruécano final), unos diálogos espantosos y unas caracterizaciones e interpretaciones de brocha gorda (hasta Pedro Casablanc está mal) donde el ubicuo y acartonado Javier Rey tiene que vérselas con una Paz Vega en sus horas más bajas.