Guillaume Brac invoca el espíritu y el tono de aquellas películas veraniegas de Jacques Rozier (Du côté d'Orouët) en esta comedia generacional tocada por la gracia juvenil, la luz estacional, el sentido de la amistad, el placer de los encuentros, los primeros amores y esas vacaciones donde cualquier aventura es posible.

Con la ayuda de un elenco desconocido y un naturalismo desbordante, Al abordaje convierte en ficción lo que ya estaba en forma embrionaria en el documental La isla del tesoro, reuniendo en un viaje de escapada e iniciación a dos amigos negros de origen humilde y a un estirado joven blanco que los lleva en su coche de mamá al destino de uno de ellos: un pequeño pueblo de interior con playa fluvial donde veranea la chica de la que se ha enamorado tras una noche de verbena a la orilla del Sena.

El filme se abre pronto a un tono ligero y estacional que no borra empero sus muchos desafíos: el recelo racial y la diferencia de clase, la idealización romántica de los veinteañeros que, sin complejos, se lanzan al abordaje de lo improbable o al descubrimiento del otro más allá del estereotipo. Conquistar a la chica amada se convierte así en el objetivo inicial, pero este cede pronto a la deriva, la dispersión, el gag de campamento y el interés por el resto de personajes, criaturas todas entrañables y excéntricas, no normativas que se diría ahora, a las que Brac traza y mira con cariño infinito en sus acercamientos, incertidumbres, ingenuidades, pequeñas mezquindades e inexperiencia destinada a convertirse en arrojo cuando realmente importa.

En su apariencia liviana e intrascendente, Al abordaje nos depara un retrato cálido, comprensivo, optimista y universal de un puñado de jóvenes que tal vez disfruten del último, más despreocupado y emocionante veraneo de sus vidas. Una de esas películas en las que nos reconocemos y, perdonen el tópico, en las que nos gustaría quedarnos a vivir.