Crítica de Cine

De atracción a película y de película a atracción

Johnny Depp, en una imagen de la película.

Johnny Depp, en una imagen de la película.

Cuando Walt Disney inventó los parques temáticos inaugurando el 17 de julio de 1955 Disneylandia, el público acudió masivamente a él para ver hecho realidad -como si lo viviera saltando dentro de ellas- lo que las películas más famosas del genial productor les habían mostrado. Era como habitar un sueño presidido por el castillo de La bella durmiente en el que los dibujos se materializaban. En 1964 Disney amplió y revitalizó una de las atracciones del parque convirtiéndola en un espectacular recorrido en barcas por una red de túneles en los que animatronics escenificaban situaciones y tipos de las novelas y películas de piratas. Se inauguró en 1967, un año después de la muerte de Disney. Invirtiendo la lógica fundacional de ofrecer en los parques temáticos lo soñado en las pantallas, la atracción Piratas del Caribe -que no dejó de crecer, sofisticarse y tener éxito entre las atracciones de los nuevos parques que la Disney fue abriendo- acabó inspirando una serie de películas basadas en la atracción. Su éxito increíble -tres de las cuatro películas de la serie se han situado entre las 30 más taquilleras de la historia del cine- la ha convertido en una franquicia de la que ahora llega la quinta, agotada y agotadora entrega.

Pero el problema principal no es la súper explotación de esta atracción convertida en cinco películas, sino que su intérprete, Johnny Depp, sea a la vez una de las razones de su éxito y de su naufragio cinematográfico. Es una caricatura extrema, grotesca y narcisista del pirata bromista que daba a las películas clásicas un tono desenfadado y humorístico compatible con el heroico, casos de Fairbanks, Flynn o Lancaster en El pirata negro, El capitán Blood y El temible burlón, por citar tres clásicos del mudo, los 30 y los 50. Depp parece creerse un tipo mucho más interesante que los personajes que interpreta, a los que les impone su inagotable repertorio de muecas y su gusto por el maquillaje, como si contemplar su show interpretándose a sí mismo fuera algo muchísimo más interesante que verle interpretar a los personajes. Se ha cargado gran parte de la obra de Tim Burton -con la inestimable colaboración del director- y ha dañado (a la vez que ha reforzado su comercialidad) esta serie que no carece de atmosferas, hallazgos visuales y personajes muy atractivos que en sus mejores momentos recuerdan los cuentos de terror marítimo de William Hope Hodgson o W. Clark Russell. Recuérdese al hombre pulpo de la segunda y tercera entregas que recrea al Davy Jones que capitaneaba el barco fantasma El Holandés Errante, interpretado por Bill Nighy, o al capitán Barbossa interpretado por el grandísimo Geoffrey Rush, afortunadamente también presente en esta quinta entrega. En este caso, además de Barbossa, el atractivo de la película es Javier Bardem y su Armando Salazar, un fantasma vengativo y espectacularmente caracterizado.

De una parte el poco interés puesto por el guionista en renovar la serie, de otra la dirección mecánica de los suecos Ronning y Sandberg, de otra más el abuso agotador de efectos especiales y sobre todo la omnipresencia payasa de Johnny Depp hacen visual y sonoramente agobiante la visión de esta película diseñada para quienes no distinguen entre el cine, los videojuegos y los parques de atracciones. Dicho lo cual, solo cabe quitarse de en medio para que la disfruten.

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