X-Men: Fénix Oscura | Crítica

La franquicia interminable

Revisamos IMDb para comprobar que son ya nueve las entregas de la franquicia de Marvel sobre la pandilla de superhéroes desde su arranque cinematográfico a comienzos de siglo, nueve entregas que se confunden en nuestra memoria fruto de una guadianesca relación con el fenómeno y un confeso desinterés por la marca y el producto.

Llegamos así a este Fénix Oscura sin demasiados asideros, lo cual no es óbice para que las cosas queden claras desde el inicio: entre 1975 y 1992, o lo que es lo mismo, en la infancia y adolescencia de Xavier (James McAvoy) y sus jóvenes pupilos multicolor y multi-poderes, el mundo verá peligrar su existencia con la llegada de unos extraterrestres liderados por una hermosa villana albina (Jessica Chastain).

Dispersión, crisis y reunión de las facciones del grupo: esos son los movimientos elementales que atraviesan de manera rutinaria y entre demasiado parloteo trascendental una película lastrada por una redundante premisa sobre la emancipación y el Edipo entre el maestro-padre y unos alumnos que ceden una vez más (ya lo hicieron en X-Men: La decisión final) el protagonismo individual a la Jean Grey que encarna Sophie Turner como atormentado cuerpo de duda, culpa y sobrecarga energética.

Atravesada por un indisimulado automatismo, presa del estancamiento y la pereza (y si no que se lo digan a Hans Zimmer), esta nueva entrega desaprovecha a sus estrellas-franquicia (de Lawrence a Fassbender), infantiliza y rebaja todo subtexto trágico-mitológico y apenas levanta el pesado vuelo del espectáculo CGI en un par de set-pieces de destrucción aeronáutica, combate cuerpo a cuerpo y velocidad ferroviaria que ya deben estar incorporadas al vídeo-juego de turno.