En las pocas páginas del cuento La llave, incluido en el volumen Un amigo de Kafka, Isaac Bashevis Singer cuenta mucho mejor y sin concesiones sentimentaloides lo mismo que esta película: como el egoísmo o la malhumorada misantropía, nacidas tantas veces de la tristeza y el miedo, son vencidas por la bondad de los vecinos que el egoísta y misántropo tenía en el mejor de los casos por molestos y pesados, y en el peor por enemigos. Cito La llave porque es el mejor y más conmovedor relato que sobre esta materia he leído, pero podrían citarse muchos otros en la literatura o el cine. Baste recordar entre los clásicos literarios la conversión de Scrooge o en cine el conmovedor llanto final de Jack Nicholson en A propósito de Schmidt.

Porque de esto trata Un hombre llamado Ove, de un misántropo amargado y amargante, maleducado y egoísta, emocionalmente destructivo y autodestructivo, que va siendo transformado/humanizado por la aparición de unos vecinos multiculturales que al principio ve como sus peores enemigos. Todo ya visto, más blando que amable, más convencional que gratificante, más autoayuda superficial que auténtico optimismo vital. Los flashback que explican su amargura demuestran la incapacidad del director para ofrecer esa información sobre el personaje sin necesidad de saltar atrás (vuelvo a La llave de Bashevis Singer y la prodigiosa y breve evocación en el presente del difunto marido de la protagonista).

La fuente de esta correcta película que se deja ver si no se le plantean muchas exigencias es un bestseller del escritor, periodista y bloguero sueco Fredrik Backman; su director es un especialista en comedias de inmenso éxito en su país gracias a las aventuras turísticas protagonizadas por la familia Andersson; y su intérprete es Rolf LLassgard, igualmente popular en Suecia por haber interpretado la saga del inspector Wallander. Animados por estas credenciales los suecos la presentaron a los Oscar. Y no lo ganó.