SOMBRA | CRÍTICA

Regresa el mejor Yimou épico

Fotograma de 'Sombra' con la hermosa fotografía de Zhao Xiaoding.

Fotograma de 'Sombra' con la hermosa fotografía de Zhao Xiaoding.

Hay tres Zhang Yimou. Y los tres son extraordinarios hasta el punto de convertirlo en uno de los maestros mundiales del cine de los 30 últimos años. Pocos grandes directores han tenido, no altibajos (que él también los ha tenido, y gordos), sino tres rostros tan distintos. Primero está el Yimou estéticamente suntuoso y elegantemente sofisticado -y lo sitúo en primer lugar, no porque sea mejor que los otros dos, sino porque fue el que nos descubrió en 1988 el Festival de Berlín- de los bellos y elegantes melodramas de época Sorgo rojo, Semilla de crisantemo, La linterna roja y La joya de Shangai. En segundo lugar está el Yimou, sorprendentemente opuesto al anterior, de las pequeñas, íntimas, sencillas y emocionantes películas Qui Ju, una mujer china, ¡Vivir!, Ni uno menos, El camino a casa, Amor bajo el espino blanco y Regreso a casa, que del suntuoso desbordamiento -siempre elegante- en emociones, decorados y uso del color gira a algo muy parecido al neorrealismo y las historias de la cotidianidad. En tercer lugar está el Yimou refinado cultivador de la grandeza épica del género wuxia: historias de caballeros de las artes marciales y de intrigas palaciegas ambientadas en la China imperial como Hero, La casa de las dagas voladoras y la algo inferior pero igualmente deslumbrante La maldición de la flor dorada.

En sus bajones, afortunadamente pocos en relación a la totalidad de su filmografía, hay que colocar la fallida épica de La gran muralla y las naderías con formato de comedia Mantén la calma, Happy Times y Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos.

Sombra pertenece al tercer Yimou, el del género wuxia, el maestro de la épica esteticista y los colosales visualmente sofisticados ambientados en el pasado imperial. Aunque en ella se apunta una variante oscura hasta ahora insólita en su cine. Renuncia a la explosión de colores puros que ha sido la marca de sus grandes producciones melodramáticas o históricas. El director de fotografía sigue siendo Zhao Xiaoding, con el que trabaja desde La casa de las dagas voladoras en 2004, pero el tratamiento de la luz -secuestrada por un permanente nublado y una agobiante lluvia- y del color -casi al límite de la bicromía, con un extraordinario juego con todas las gamas de grises imaginables-, es totalmente distinto.

El tono argumental es también más oscuro. Ateniéndose a las reglas del género wuxia a la vez que profundizándolas adquiere un tono trágico que puede recordar las adaptaciones shakespearianas de Kurosawa (al fin y al cabo Kagemusha trataba también de un doble). La primera parte de la película carece de combates para centrarse en las intrigas palaciegas y sus dramas de ambición, amor y honor, planteando el tema del doble -la sombra- al que el protagonista, comandante militar de las tropas de un rey débil, cruel y exiliado recurre para sobrevivir en la corte traicionera de su señor y -herido en un combate anterior- poder llevar a cabo sus designios de venganza y reconquista. Estamos en la violenta época de los Tres Reinos (siglo III).

En la segunda parte explotan los estilizados y elegantes -pero no por ello menos crueles- combates minuciosamente coreografiados y llenos de asombrosas invenciones como la de los paraguas o sombrillas chinas con cuchillas en vez de varillas (inspirado por el anterior combate coreográfico en el que una dama se vale solo de una sombrilla) o el montaje paralelo que funde dos combates con un duelo entre dos intérpretes de guzheng (arpa china). En esta segunda parte el rojo de la sangre rompe los grises y negros que dominan la película como si fuera un fino ejercicio de caligrafía china (elemento muy presente en la película) durante el que una gota de tinta cayera en un limpio vaso de agua. Algo tal vez sugerido por el propio Yimou al sumergir la bicromía gris y negra de esta densa, espectacular y bella película en una agobiante y constante lluvia.

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