Crítica 'Tan fuerte, tan cerca'

Leche merengada

Tan fuerte, tan cerca. EEUU, 2011, Drama. 129 min. Dirección: Stephen Daldry. Intérpretes: Tom Hanks, Sandra Bullock, Thomas Horn, Max von Sydow, Viola Davis, John Goodman, Jeffrey Wright, Zoe Caldwell. Guion: Eric Roth; basado en la novela homónima de Jonathan Safran Foer.

El otro día vi un documental en la 2 sobre un personaje fusilado por los franquistas, su mujer encarcelada durante muchos años y sus hijas que hoy siguen pidiendo justicia y reparación. Todo él era cursi, retórico y simplificador. En un momento dado se veía a las hijas paseando en la actualidad por los lugares donde el padre fue fusilado y enterrado en una fosa común. Sonaba de fondo una música melosa. Pornografía manipuladora del dolor con intención propagandística y coartada histórica, pensé.

Algo parecido -pornografía sentimental aunque sin propaganda- volví a pensar cuando comprendí que las primeras imágenes fragmentarias de Tan fuerte, tan cerca, en cámara lenta y con música melosa de fondo, eran, al verse completas tras cerrarse los flash-back que conforman los primeros diez minutos de la película, las del cuerpo de un hombre cayendo desde las Torres Gemelas el fatídico 11-S de 2001. Lo único bueno es que esta película no engaña: desde este inicio trata de hacer poesía (fácil) y suscitar lágrimas (igualmente fáciles) tomándose en vano la mayor tragedia de las últimas décadas y el dolor de su pequeño protagonista, el hijo del hombre que cae en cámara lenta.

Este niño (Thomas Horn), huérfano tras el 11-S de un padre excepcionalmente (hasta exageradamente) tierno, divertido e ingenioso (Tom Hanks), se dedicará a vivir la última aventura de las muchas que su padre le planteaba como juegos averiguando un secreto relacionado con una llave casualmente encontrada. Una aventura tan disparatada como disparatadamente narrada por un guión que parece tomar el sinsentido por poesía (ignoro si estos disparates se deben a la novela de Jonathan Safran Foer o no, y me temo que seguiré sin saberlo porque la película no abre precisamente el apetito por leerla).

Una especie de toque Amelie, casi rozando el realismo poético, que no parece lo conveniente para una historia nacida del mayor ataque terrorista de la historia. Este niño recorriendo Nueva York con una pandereta y una máquina de fotos en busca de la cerradura que conviene a la llave encontrada entre las cosas de su padre, fotografiando obsesivamente a cuantos encuentra en esa búsqueda y acompañado por un anciano enmudecido (Max von Sydow), da para mucha cursilería y poca chicha dramática de verdad.

Una cuidada puesta en imagen; pero, ¿para qué? Unas espléndidas interpretaciones, sobre todo las del niño Thomas Horn y el siempre estupendo Max von Sydow; pero, ¿para qué? Las calidades ordenadas al vacío emocional o a la impostura sentimental son merengue que llena pero no alimenta.

Daldry sigue siendo, eso sí, un maestro en el uso de la música; que hace correr bajo las imágenes como una subterránea y casi ininterrumpida corriente de emoción sobre la que navegan las imágenes. En esta ocasión la emoción es tramposa, pero la fuerza del efecto musical permanece. Alexandre -camaleón- Desplat hace con habilidad de Philip Glass, buscando el hipnótico efecto repetitivo de la música de Las horas. En recuerdo de aquella gran película -porque sigo pensando que era grande, y hermosa, y emocionante, y que el retrato de Virginia Woolf por Nicole Kidman era portentoso- y por la noble presencia de Max von Sydow, séanle concedidas dos estrellitas a esta leche merengada.

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