CRÍTICA 'IRRATIONAL MAN'

Dostoievski y Kant en una comedia negra: sólo Allen puede hacerlo

Irrational man. Comedia dramática, EEUU, 2015. 96 min. Director: Woody Allen. Guión: Woody Allen. Música: Ramsey Lewis. Fotografía: Darius Khondji. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Jamie Blackley, Parker Posey, Ethan Phillips, Julie Ann Dawson, Mark Burzenski, Gary Wilmes, Geoff Schuppert, David Pittu, Steven Howitt, Kaitlyn Bouchard, Ana Marie Proulx, Kate McGonigle, Tamara Hickey.

Ser coetáneo de Woody Allen, y más en los tiempos que corren para el cine estadounidense, es un privilegio. De entre los grandes neoclásicos de los 70 solo nos quedan en buena forma creativa Eastwood y él (estallaron como grandísimos creadores casi a la vez, Allen con Annie Hall en 1977 y Eastwood con El fuera de la ley en 1976). Scorsese anda dando tumbos, Coppola dejó el cine tras eclipsarse asombrosamente su genio y Spielberg… Spielberg, como diría el camarero de Irma la dulce, es otra historia. Quienes hemos sido coetáneos de Ford, Hawks, Lubitsch, Hitchcock, Kubrick o Wilder, teniendo el privilegio de esperar nuevas obras suyas, sabemos lo que significa perderlos. Todo se resume en una famosa anécdota. Billy Wilder y William Wyler volvían del entierro de Lubitsch. El primero dijo: "Se acabó Lubitsch". Y el segundo le contestó: "Peor aún, se acabaron las películas de Lubitsch".

Afortunadamente el octogenario Allen vive y por lo tanto sus películas no se acabaron. Es más, como no se toma tan en serio como para dosificarse, nos regala una cada año. Todas interesantes e inteligentes. Algunas extraordinarias. No se puede rodar una Annie Hall, una Manhattan, una Hannah y sus hermanas, una Delitos y faltas o una Blue Jasmine cada año. Además la distinción entre una otras hay que dejarla al tiempo, crítico supremo. Algunas que parecieron encantadoramente pequeñas, como Broadway Danny Rose o Poderosa Afrodita, han crecido con el paso de los años.

Irrational Man es uno de esos Allen que al principio no parece de los grandes. Ya se verá. De momento se puede decir de ella que prolonga el discurso dostoievskiano sobre el delito, el castigo y la culpa moral ya tratado en muchas otras películas suyas (Delitos y faltas, Match Point), tratándolo en un tono cada vez más desconcertantemente ligero y reflexivo, irónico y serio, negro -negrísimo- pero no desesperado. Este llegar al borde del abismo -del sinsentido, del absurdo, de la muerte- para pararse y alzar los hombros en un gesto de displicencia que también podría ser de una vaga esperanza es tal vez lo que Allen ha asimilado mejor del universo felliniano, desde la sonrisas entre lágrimas que cierra Las noches de Cabiria hasta la divertida perplejidad del periodista náufrago y el rinoceronte en el final de E la nave va.

Lo que empieza como la enésima variación alleniana sobre el tipo amargado, nihilista y perdido, y pese a ello seductor y seducido, da un giro inesperado al convertirse en una serie de variaciones sobre el imperativo moral kantiano en versión de cine negro o criminal. No hay que decir más porque lo mejor de la película, además de que es de Allen y se le nota (lo que incluye las perfectas interpretaciones), es precisamente este giro que lleva a una amargado profesor de filosofía a… Dejémoslo aquí. Diciendo que hay risas, sonrisas y sobrecogimiento. Pero, sobre todo, placer. El milagro de Allen es hacernos sentir tan bien contándonos cosas tan terribles. Será que nos hace sentirnos humanos. Y que hace cosquillas a la inteligencia.

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