Crítica de Cine

Cruise de telonero

Tom Cruise en un fotograma de la cinta dirigida por Alex Kurtzman.

Tom Cruise en un fotograma de la cinta dirigida por Alex Kurtzman. / d,s,

Que Dios nos pille confesados. Universal ha decidido revisar su inigualable catálogo de monstruos de los años 30 para actualizarlos sometiéndolos al tratamiento digital, un lifting que amenaza con dejar irreconocibles esos queridos monstruos convertidos en mitos por la memoria, por sus tantas veces extraordinarios intérpretes, por sus directores -en muchos casos europeos muy sofisticados- y por sus operadores, que trasplantaban a Hollywood las luces expresionistas del cine alemán. El director de la versión de referencia de La momia (1932), Karl Freund, fue antes director de fotografía de Murnau, Lang o Lubitsch en Alemania. De ese clima cosmopolita y sofisticado del Hollywood de los 30 nacieron aquellas películas que ahora se quieren tunear digitalmente en nuevas versiones. ¿Es imposible superarlas? No. Todo puede superarse. El Drácula de Coppola es superior al de Browning, los de la Hammer no carecen de encanto y Mike Nichols nos dio una buena revisión del hombre lobo interpretado por Jack Nicholson. Pero no es fácil hacerlo. De hecho, todos los Frankenstein, momias, zombis y otras criaturas recreadas tras las de Whale, Freund o Tourneur no han logrado superar a los originales. Ni tan siquiera cuando se ponen tan pedantes como el insoportableFrankenstein de Mary Shelley de Kenneth Branagh.

Afortunadamente Alex Kurtz-man -director de una apreciable película (Así somos, 2012), experto en la explotación en formato de serie televisiva de éxitos cinematográficos (Sleepy Hollow, Star Trek Discovery)- no ha tomado, o no le han dejado tomar, este camino, sino el del alud digital para ser disfrutado con refrigeración, refresco y palomitas o en los cines de verano que aún sobreviven en algunas playas. Su carencia de pretensiones la hace previsible, el abuso de efectos digitales la convierten en una atracción de parque temático, pero mejor esto que la supuesta literalidad artística de un Branagh. Entretiene, faltaría más, y sus efectos satisfarán a quien va al cine en busca de espectacularidad digital. Hay un a veces buen actor -Tom Cruise- y otro que casi siempre lo es -Russell Crowe, pero aparece poco- pero es como si no estuvieran. Son, al igual que las actrices, teloneros de los efectos especiales. Muy inferior a la del 32, sin la gracia de la exótica versión de la Hammer en el 59 (impagable momia que al andar parecía llevar un dodotis) y muy próxima a las recientes aproximaciones de Brendan Fraser, esta Momia nada aporta más que la lección de que el dinero no lo puede todo: las producciones originales de la Universal fueron baratas y de modestas aspiraciones -pese a lo que la suma de talentos empleados en ellas las convirtió en clásicos- mientras que esta Momia y las películas que la seguirán son tan caras como carentes de atractivo.

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