Hasta el cielo | crítica

Rápidos y ambiciosos

Miguel Herrán junto al resto de su banda criminal en 'Hasta el cielo'.

Miguel Herrán junto al resto de su banda criminal en 'Hasta el cielo'.

Algunos colegas se han apresurado al emparentar Hasta el cielo con el cine quinqui de la Transición, aunque sea poniéndole el 3.0 como muleta. La nueva película de Calparsoro tiene como protagonista a un joven de barrio marginal, podría ser la Cañada Real o alguno similar, pero su retrato escapa pronto del trazo y la tipología realistas para configurarse, de la mano de Jorge Guerricaechevarría, como prototipo del machito alfa con carita de bueno y ambición a raudales (Miguel Herrán) dispuesto a ascender socialmente a golpe de alunizajes, peleas de gallitos, entradas y salidas de la cárcel y esa chulería macarra irresistible para las niñas guapas (Carolina Yuste) del barrio.

Hasta el cielo traslada así al paisaje local las maneras de ese cine de acción, atracos, traiciones y testosterona desbordada de los Fast & Furious y similares, un paisaje y unas acciones que Calparsoro estiliza como nunca antes en su cine, con pantalla ancha, cámara voladora, reflejos a contraluz, estética de brilli-brilli y músicas electrónicas a ritmo de trap, en un despliegue de escenarios y velocidades que sin duda hacen pasar por atractivos los a veces caprichosos vaivenes y empujones de guion.

Y es que su película va siempre demasiado por delante no ya del espectador, sino también de sus propios personajes, sometidos a una propulsión de lucidez, decisiones y acciones escamoteadas en su germen y desarrolladas en su ejecución con una precisión suiza. Lo mismo podría decirse de los retratos femeninos que propone el filme. Atractivas, serviles, entregadas y con un folclórico punto de rebeldía choni, las mujeres de Hasta el cielo, amante, esposa o abogada, desprenden una misoginia no disimulada que hace relucir aún más el músculo, la labia y la astucia de los hombres que manejan el cotarro y pisan a fondo el acelerador perseguidos por una policía que, como mandan los cánones, pisa los talones pero siempre llega tarde.

En su tramo final, después de un espectáculo sin respiro y varios robos memorables, Hasta el cielo no aguanta ya más su propia presión y hace saltar por los aires sus giros y golpes de efecto trágico-románticos. Con todo, el viaje ha sido vibrante y entretenido.