Crítica

'Avatar': Un Bartolomé de las Casas galáctico

Avatar. EEUU, 2009, Ciencia ficción/animación. 163 min. Dirección: James Cameron. Guión: James Cameron. Intérpretes: Sam Worthington, Zoë Saldana, Sigourney Weaver, Michelle Rodriguez, Giovanni Ribisi, Wes Studi, CCH Pounder, Laz Alonso, Stephen Lang, Joel Moore. Música: James Horner.

Si Titanic fue el Lo que el viento se llevó de finales del siglo XX (con todas las diferencias de calidad e intensidad que separan una obra maestra de una obra apreciable) en lo que se refiere al cine romántico de éxito millonario, Avatar pretende ser a la vez la 2001: una odisea del espacio, la Guerra de las Galaxias y la Parque Jurásico de principios del XXI. Es decir, una superproducción rebosante de filosofía, innovadora tecnológicamente, generadora de nuevas formas de hacer cine y campeona de taquilla. No sé si logrará lo último. Tal vez, en lo que a los recursos digitales se refiera, logre algo de lo penúltimo. Pero nada más. Porque, sorprendentemente, la película que se ha preparado durante una década y de la que se viene hablando desde hace años, la producción más cara de la historia del cine, el no va más de la innovación tecnológica y el súmmum de la filosofía ecológica, pacifista y anticolonialista se queda en una vistosa nadería: un juguete carísimo que emplea medios técnicos de primera para largar filosofía de tercera.

Cameron es un director apreciable de películas de acción con un toque de distinción. Casos de Terminator, Aliens, el regreso, The Abyss o Mentiras arriesgadas. Con Titanic dio un salto triunfal al super-melodrama, aunque años después sólo su segunda parte -el hundimiento, por su soberbio uso de los recursos digitales- resiste el visionado. Por alguna razón que se me escapa se fue convenciendo de que, más que un artesano con clase, era un genio con algo que decir. Y planeó Avatar con la ambición de hacer una aportación sustancial a la historia del cine. Como ni es un genio ni al parecer tiene nada interesante que decir, el resultado ha sido esta multicolor pompa de jabón que explota antes de que medie su larguísimo metraje.

El argumento es de chiste. Convirtiéndose en un Bartolomé de las Casas galáctico, Cameron nos cuenta la historia de un planeta de altos seres azules que los humanos quieren colonizar y esquilmar. Una especie de Breve crónica de la destrucción de Pandora, que así se llama este planeta que ocupa el lugar de las Indias. El despliegue de técnicas digitales de última generación es deslumbrante y se convierte en el único atractivo de la película, pero está utilizado sin intención creativa tanto en lo que se refiere a la narrativa como a la creación de las cúrsiles criaturas virtuales. La historia del cine, un invento que parece supeditado al hecho tecnológico, nunca ha sido transformada radicalmente por una innovación tecnológica -el sonido, el color, los grandes formatos, los efectos digitales-, sino por lo que los artistas han hecho con los medios que en cada momento les eran útiles. El Todd-Ao o el Super Panavisión 70 mm., por ejemplo, existían desde 1956, pero no dieron resultados artísticamente relevantes hasta que cinco años más tarde maestros como Robert Wise y David Lean los usaron creativamente en West Side Story o Lawrence de Arabia. El uso creativo de los medios marca la diferencia entre la atracción de feria y el arte. Y Cameron se ha quedado en lo primero.

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