Cultura

En el taller de Juan Villa

Juan Villa en su estudio.

Juan Villa en su estudio. / JuanDepunto

Juan Villa tiene algo de renacentista trasladado a estas horas convulsas, y confusas, del siglo XXI. Como si todo un siglo, el anterior, de vanguardias y revoluciones hubiera decantado en él una mirada serena y un empeño minucioso y exigente. Averiguando con ellos un tiempo más allá del tiempo instantáneo de ahora con el que se consumen -y devoran a veces con una fugacidad que no sé como no se indigestan- maneras y estilos. Novedades que cuando alcanzan la orilla del lector, o del espectador, ya están amarillas; resecas como esa espuma que apenas formada, y como a los vilanos, espanta el viento de la tarde con oceánica indiferencia.

Tardó Juan Villa en componer sus primeras historias porque buscaba una voz que las hiciera, no ya pertinentes y placenteras, sino necesarias por expresar un mundo que él solo tendría que contar y hacerlo, además, a su modo. Y así, su curiosidad, su estudio y su rigor tan clásico, además de esa pizca imprescindible de talento que no se presta, han hecho posible que nuestro autor cree sobre Doñana un edifico literario tan real como poético. Si siempre tuvo este lugar cierto magnetismo mítico, capaz de despertar reinos de Argónida o animar a la investigación más desmesurada -léase al respecto su genial Historia Portátil de Doñana-, para Juan es un lugar tan sencillo y suyo como nuestro y prodigioso al recrearlos. Así nos lo viene contando en novelas, relatos y crónicas que acompaña casi siempre con el exquisito trazo de los dibujos de Daniel Bilbao.

Uno de los cuadros que podrán verse en la exposición de Juan Vila. Uno de los cuadros que podrán verse en la exposición de Juan Vila.

Uno de los cuadros que podrán verse en la exposición de Juan Vila. / JuanDepunto

Y pintando, tendremos que decir a partir de ahora, pues desde hace aproximadamente una década le ha cogido nuestro autor el ritmo a los colores, y tras larguísimo aprendizaje (lo recuerdo en los ochenta en la Academia de la calle Marina con Francisco Rivera y Fernando Domínguez Rivas, inolvidable Arte 2) rescatar de la luz, tan determinante allí, el fulgor de un paisaje. Para que al observarlo, ya en La Madre, La Vera, lucios, caños, dunas o marismas, nos resulte eterno. Amable, elegante y tan cercano y nuestro como los cuentos con los que viene inmortalizando el viejo Coto.

Con la misma visión pausada y con la modestia nada falsa con las que -ya dueño de mundo y estilo propios- nos sorprendió, con el siglo, con sus primeros libros, nos invita ahora Juan a entrar en su taller de pintor, del que también ha sido fiel asiduo desde entonces. Quizás al principio como capricho y experimento de aficionado -así lo sigue calificando él- y tras tentativas diversas y mucho pentimento, su estudio en la casa de Bellavista (El Rocío) le ha facilitado esa “esquina” desde la que ofrecernos el envés de su literatura. Como le ocurriera a los renacentistas -y mucho más tarde a los vanguardistas del siglo XX- el Arte viene a ser un todo cuyos lenguajes se funden y confunden desde la mínima mano que lo pinta o escribe.

Otro de los cuadros de Juan Vila. Otro de los cuadros de Juan Vila.

Otro de los cuadros de Juan Vila. / JuanDepunto

Se estrena Juan Villa como pintor, ya sin temblarle el pulso ni rendirlo las dudas de lo que tendría que pintar. Decidió mirar por nosotros esos paisajes como si nos susurrara un cuento. No hay gente, esos personajes que se han vuelto paradigma de un mundo que se va. Tampoco huellas de esas historias tan conmovedoras y mágicas. Pero hay una luz reparadora y atenta en su enfoque, un aire fresco en las pinceladas que nos abre bien los ojos. Para ver cómo, gracias al color, Juan Villa escribe sus cuadros y nos regala la Doñana más hermosa: la de verdad.

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