Bienal de Flamenco

Cuando manda la columna vertebral

'Peleando y punto'. Cante: El Pele, Encarnita Anillo, Rubio de Pruna. Guitarra: Manuel Silveria, Niño Seve. Piano: Dorantes. Violín: Bernanrdo Parrilla. Baile: Farruquito, La Moneta. Percusión: El Güito, José Moreno. Palmas y coros: Desiré Márquez, Natalia Segura, Rafa, Chícharo. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 27 de septiembre. Aforo: Lleno.

El título de la obra da buena cuenta de su contenido. Se trata del repertorio habitual del Pele, excepto los fandangos. Puesto en orden y bien arropado para la escena de un gran teatro. No obstante, los oropeles han aportado poco al arte del cordobés. Y en algún caso, como en el diseño de luces y las proyecciones, restan. Tampoco hubo entendimiento entre las dos guitarras. Eso sí Parrilla estuvo magnífico en sus intervenciones. Las letras nuevas, mejor olvidarlas. Peleando y punto resulta un espectáculo previsible con momentos muy notables como la malagueña del Mellizo y la Peñaranda con Dorantes. El pianista, que trabajó duro toda la noche, acompañó al cante con la sensibilidad y el buen hacer de todos conocidos. Los martinetes con letras de Isidro Muñoz volvieron a emocionarme como el día en el que los escuché por vez primera: poesía urbana de hoy para la melodía decimonónica. No obstante, el momento de la noche fue la soleá. La soleá del Pele, ya saben: esa entrega a la melodía y la letra, ese gusto por contenerse para desbordarse. Sobre todo en los cantes de paso, donde El Pele rompe al personal con un mínimo suspiro. Sin embargo en mitad del cante hubo un cambio de ritmo, incorporándose la segunda guitarra, que rompió algo la concentración. Pero ya conocen cómo El Pele hace los cantes trianeros, con esos bajos poderosos, inimitables, de su autoría exclusiva. La apoteosis vino con el baile de Farruquito. El sevillano está en un momento de forma asombroso con una capacidad para controlar la energía, para retrasar un segundo más su entrada en la escena, para crear la tensión necesaria que luego se desborda en el clímax. Le bailó recreándose en el cante, rendido y al mismo tiempo espoleando al cordobés. Son esos momentos en los que todo parece tener sentido, la emoción contenida en la música y la letra entra en el espectador sin filtro alguno. Es el momento en el que la columna vertebral entra en acción y ya no sirven las elaboraciones intelectuales porque sólo cabe entregarse y gozar.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios