Bienal de Flamenco

Celebrar la Bienal

  • Que la cita haya podido desarrollarse demuestra que con voluntad política y trabajo la cultura puede seguir girando.

Rosario la Tremendita, una de las actuaciones más celebradas de esta Bienal.

Rosario la Tremendita, una de las actuaciones más celebradas de esta Bienal. / Juan Carlos Muñoz

Acaba la Bienal y tras un mes frenético donde el flamenco bulle en cada rincón y protagoniza charlas y portadas es imposible no sentirse huérfano y desamparado. Igual que cuando uno se despide de la feria y vuelve a casa derrotado, negándose a despertar de la fantasía que supone vivir una semana entre farolillos y brindis de felicidad, de espaldas a lo feo del día a día.

Del mismo modo, esta gran cita jonda ofrece cada dos años un espejismo de lo que esta ciudad debe aportar al flamenco (a su divulgación, dignificación, desarrollo y universalización) y de aquello a lo que este arte y sus artistas podrían aspirar. En estos días, Sevilla saca pecho y defiende su identidad cultural frente al mundo y los aficionados, sabelotodos pero bastante ilusos, llegamos a creer que lo que sucede cada noche en el teatro es trascendental para la historia del flamenco o incluso para la de la cultura contemporánea. Una sensación de euforia y de plenitud que se ha multiplicado en esta edición que tenía en contra el bicho, el miedo, la incertidumbre y el desánimo.

Por eso, quienes hemos podido dejarnos salpicar por el baile, el cante y el toque en vivo, disfrutar de la belleza de nuestros teatros y espacios patrimoniales, ilusionarnos con el inmenso talento que proyectan los jóvenes andaluces y apasionarnos, al fin, por un arte tan rico y vigente, no podemos más que sentirnos orgullosos y darnos la enhorabuena. Primero porque la mera celebración del evento es un bálsamo para un sector duramente herido y, después, porque clausurarlo sin incidencias y con los aforos llenos es la prueba de que, con voluntad política, trabajo y valentía, la cultura puede seguir girando incluso en las circunstancias más difíciles de esta pandemia.

En este sentido, los sevillanos deberíamos celebrar lo que ha pasado en la Bienal y, sobre todo, seguir achuchando, reclamando y exigiendo el lugar que el flamenco se merece. Para que los artistas puedan seguir creando, para que el público pueda seguir sintiéndose un poco más feliz y para que la ciudad siga siendo refugio y motor de un arte único.

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