María Moreno | Crítica

Una jubilosa velada junto a María Moreno

María Moreno con una bata de cola del diseñador cordobés Palomo Spain.

María Moreno con una bata de cola del diseñador cordobés Palomo Spain. / M.G.

Está claro que la gaditana María Moreno, Giraldillo a la Artista Revelación en la pasada Bienal, va a por todas. Y como sabe que la división de tareas es fundamental -gracias al cielo empiezan a saberlo también los flamencos- se ha buscado para esta su última aventura, More (no) More no solo a cinco artistas de primera categoría, sino a un director de escena joven y lleno de talento como es Rafael R. Villalobos.

Más ducho en teatro y en lírica, esta es la primera incursión de Villalobos en el flamenco y, tal vez por eso, ha planteado un espectáculo sencillo, sin historias ni grandes pretensiones: un escenario abierto por los hombros y limpio, que se va transformando con unos pocos objetos y, sobre todo, con la complicidad de las luces de Antonio Valiente.

Así, con la música y el baile como protagonistas absolutos, van apareciendo pequeñas sorpresas que proporcionan algunas puntas al espectáculo: una brillante luna que se vuelve pandero, una caída inesperada de la bailaora, un abrazo imprevisto… y una alternancia entre momentos de humor -con el polifacético Roberto Jaén no podía faltar la guasa gaditana- y otros más poéticos o dramáticos.

Todos, en este trabajo coral, parecen habitar el espacio con placer y dan lo mejor de sí mismos, desde la primera pieza musical, una especie de balada compuesta para María por el maestro Riqueni, hasta las bulerías del final. Y en medio, mucho flamenco del bueno: Pepe de Pura e Ismael de la Rosa magníficos, tanto por separado como juntos, como en esos tientos que terminan al unísono; las guitarras, impresionantes -qué vamos a descubrir ahora de Juan Requena- y un Jaén que baila, recita y pone su compás en cualquier superficie que encuentra.

Junto a ellos, una María Moreno en su mejor momento de madurez artística bailó con gracia y con flamencura. Disfrutando con todos y de todo, incluidos los seis trajes que le ha hecho el jovencísimo diseñador cordobés Palomo Spain y que luce con gran soltura, como si ya fueran parte de ella.

Sin que nos demos cuenta, se van sucediendo los ritmos. Hay, cómo no, mucho Cádiz (tanguillos, alegrías y hasta un guiño al gran Turronero) y sobre todo una energía ligera y compartida nada fácil de conseguir en escena.

En este marco, María hace todo lo que le apetece: corre por el escenario, nos deja preciosas estampas con una sofisticada bata blanca de cola rizada como un clavel, baila por tangos sentada en un cajón, en un alarde de sus pies rapidísimos y de compás, suelta toda la adrenalina de su juventud y de su personalidad y, cuando llega el momento, también es capaz de recogerse para entrar en la soleá.

Fue para muchos lo mejor de la noche. En el ángulo derecho del escenario se crea un espacio íntimo para la guitarra de Lago y la voz, desgarrada y dulce a la vez, de Pepe de Pura. María se entrega a la música con lentitud, con el dramatismo que requiere este baile, auténtica vara de medir para una bailaora. Con sus manos hacia abajo, sus brazos levantados lo justo, girando sobre sí misma… Con el magisterio de Eva Yerbabuena planeando sobre su cabeza, como planea sobre la mayoría de las bailaoras de su generación. Grande Eva.

La gaditana se entregó por entero durante todo el espectáculo, ofreciendo lo mejor de su esencia y dejando clara la posición que ha conquisto en el panorama actual del baile flamenco. Al final, tras unas hermosas bulerías, un público puesto en pie aplaudiendo, vibrando, gritando con un júbilo que continuaría a la salida, en la terraza del bar.

Allí se relajaron por fin los protagonistas junto a un montón de amigos -muchos gaditanos como Rosario Toledo, Eduardo Guerrero…-, un Riqueni encantado, un Palomo, con mantón al hombro, sonriendo satisfecho… Qué alegría, en medio de tanta densidad y tanto miedo como nos rodea. Gracias María.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios