Rafael Rodríguez 'El Cabeza' | Crítica

La guitarra de las emociones

Rafael Rodríguez y Rocío Molina, durante el recital del primero en el Espacio Turina.

Rafael Rodríguez y Rocío Molina, durante el recital del primero en el Espacio Turina. / Óscar Romero / Bienal de Flamenco

Hay guitarristas impecables, creativos, elegantes, virtuosos, prudentes, inteligentes y flamenquísimos. Yluego están los que aprietan el mástil y enamoran. Esos que, como Rafael Rodríguez El Cabeza, parecen haber guardado en la sonanta el diario de sus emociones para liberarlas y compartirlas cada vez que tocan.

Por eso, el recital del sevillano, que se presentaba por primera vez en solitario en la Bienal, se esperaba este jueves con ansia entre los aficionados que en un artista buscan autenticidad, generosidad y afecto. Y, en este sentido, el emotivo concierto del tocaor ha sido un encuentro íntimo y cercano donde en cada palo fue regalando abrazos y besos (algunos literales). Además de lamentos, deseos, recuerdos, alegrías, añoranzas y secretos.

Así, el repertorio de seguiriya, malagueña, zambra, farruca y guajira le ha servido para refrendarse como el gran músico que es. Como un guitarrista personal cuyo toque, clásico pero claro, abierto y fantasioso, se reconoce por sí solo.

Especialmente mágica ha resultado la guajira en la que, de forma inesperada, ha aparecido la bailaora Rocío Molina para rememorar junto a él el espectáculo Oro viejo, por el que le dieron en 2008 el Giraldillo al Toque de acompañamiento. Un momento absolutamente cómplice en el que ambos han derrochado dulzura, sensibilidad y ternura, mientras entre el público se derramaba alguna lágrima.

Como fin de fiesta, dos composiciones de corte más jazzístico en las que al guitarrista lo han arropado unos excelentes músicos. Aunque el Cabeza que encoge el alma es el del pulgar veloz, el que cosquillea las cuerdas y el que suspende la vida en una nota.

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