Elecciones andaluzas 2018

Pedro Sánchez y Susana Díaz, un día en las bodegas

  • En un accidentado mitin la candidata socialista desliza al presidente del Gobierno el mensaje de que éstas no son sus elecciones

Pedro Sánchez y Susana Díaz, entre el vicepresidente Jiménez Barrios e Irene García, hoy en Chiclana, durante el mitin.

Pedro Sánchez y Susana Díaz, entre el vicepresidente Jiménez Barrios e Irene García, hoy en Chiclana, durante el mitin. / Efe/Román Ríos

“Si hay un montón de gente mayor ahí dentro, que los saquen ya, que se van a morir de hambre”, se lamentaba un policía ante un compañero a las puertas de las bodegas Vélez de Chiclana en las que Pedro Sánchez se estrenaba, y casi terminaba, su participación en la campaña andaluza.

Sánchez había llegado con retraso, entre Guatemala y Marruecos -Chiclana pilla de camino-, y, aunque cerraba el acto, tenía toda la pinta de un telonero. A su llegada le había recibido una comitiva de policías de protesta y funcionarios de prisiones y Susana Díaz no se daba por enterada, que con ella no iba, del pliego de reivindicaciones que le entregaban los manifestantes.

Luego todo se siguió alargando porque una espontánea, al inicio del discurso de la candidata socialista, levantó una pancarta proclamando que su voto sería nulo. Lanzó un discurso ininteligible, lo que en la teoría de la comunicación se llama ruido. Al parecer tenía algún tipo de problema con el médico y eso le había llevado a colarse de las primeras entre cargos menores del socialismo gaditano y, como decía el policía, mucha gente mayor, como es tradición en los mítines del PSOE.

Entre todos ellos unos mil, más los que se quedaron fuera, unos cien, aunque a los oradores les dio por decir que eran 500. “Lo mejor es escoger un sitio no muy grande que no hay nada peor en un mitin con sillas vacías”, me había explicado un hombre de la organización, la organización a la que se le había colado aquella mochila que guardaba el arma letal: la pancarta. El cabreo hace estragos. La voz alzada de la mujer cabreada sacó de pedalada a Susana Díaz, que improvisó regular algo sobre la tolerancia y a la mujer costó echarla, muy dispuesta a reventar ella solita la liturgia.

Lipotimia

Todo parecía reconducido y Díaz había vuelto a coger carrerilla hablando de todo lo que se ha hecho y de lo que se va a hacer, de que los andaluces a lo que más queremos son a los niños y los del PP los insultan, y que la sanidad no se vende… cuando va un hombre y le da la lipotimia, que con el problema que hay con las enfermedades crónicas de nuestra gente mayor también es mala suerte.

“Un momentito que parece que el calor está haciendo estragos -como el cabreo-”, se interrumpió Díaz de nuevo, por segunda vez. Pensaría que alguien le había contado que lo bueno que tienen las bodegas andaluzas es que mantienen la temperatura constante por el bien de los vinos, pero parece que no con el calor humano de mil almas. Con lo que hacía un calor de mil demonios. Entrada de la Cruz Roja, atención al hombre desmayado, evacuación… y Susana Díaz, que ya tenía que rematar porque seguían cayendo los minutos de retraso en la función, no pudo evitar el coscorrón a Juan Cornejo, el hombre que había elegido el lugar y había montado la escenografía: “Si es que somos muchos, llenamos, Juan, hay que buscar sitios más grandes”. Pero como no quería que la cosa sonara agria hizo una comparación imposible de comprender con el estadio del Betis y ya que dijo Betis se vio obligada a nombrar a todos los equipos de fútbol andaluces, aunque se le olvidó el Jaén.

Entre una cosa y otra se diluía el hilo argumental del evento, que nunca estuvo claro si fue un mitin o una charla personal del PSOE andaluz con Pedro Sánchez. “No te dejes avasallar, Pedro”, había gritado un militante, jubilado como tantos, en la entrada de Sánchez por el patio de la bodega. Seguramente no se lo diría por eso, pero parecía premonitorio.

Si es que somos muchos, llenamos Juan, hay que buscar sitios más grandes"

Durante el tiempo de espera había sonado el himno electoral con unos arreglos de verbenilla que repetidos durante veinte minutos llegaron a ser crispantes, pero cuando hicieron aparición los primeros espadas atronó el mismo himno pero con arreglos de palmas y guitarra española, un himno socialista aflamencado.

Un PSOE blanco y verde

La sala se llenó de banderas con el color corporativo del PSOE andaluz, que es el verde, no el rojo. Y un vídeo que, por el sonido, era un homenaje vintage a Movierecord contaba la gran transformación andaluza empezando por imágenes antiguas de la primera vez que ganaron las elecciones hace 36 años los socialistas y luego montándolo con un tren sobre una plataforma futurista para terminar con el eslogan del acento. Acento andaluz, parecían subrayarle al invitado madrileño.

Susana Díaz estaba algo más que risueña, estaba exultante. Sánchez, entre la presidenta y el vicepresidente, parecía tener cierta cara de circunstancias, quizá debido al jet lag, mientras Susana Díaz se partía de risa. Alguien debía estar contando algo sumamente divertido.

Había tres oradores, más Susana Díaz, antes que Sánchez. El alcalde de Chiclana le dijo a Sánchez, con amables palabras, que a ver si arreglaba el nudo de Tres Caminos, que pensaría Sánchez que qué sería eso; la presidenta de Diputación, Irene García, contó algo parecido a una película de Frank Capra en la que el PP era Lionel Barrymore y Susana Díaz era James Stewart (osea, que Pedro Sánchez no era James Stewart; en la película de Irene García era un actor secundario, de los buenos, pero secundario); y “nuestro Chiqui”, como llamó Irene García al vicepresidente de la Junta, le dijo a Pedro -todos le decían a Pedro Sánchez, Pedro, como si una parte del mitin fuera un mensaje para él- que tenía que gobernar en andaluz.

Cómo no voy a gobernar en andaluz si tengo cuatro ministros andaluces, parecía defenderse Pedro Sánchez en el inicio de su discurso. Y luego estuvo muy andaluz en él, que hay que ver esta gente de la derecha que está todo el día despreciando a Andalucía. Eso gusta por aquí, nos enardece, que nos digan que nos desprecian. Y la derecha, que parece tonta, sigue cayendo en la trampa. Pedro Sánchez se subió al carro y arrancó aplausos en un discurso, por lo demás, poco vibrante.

Antes, Susana Díaz, en su discurso dos veces interrumpido había pasado olímpicamente de hablar de la principal preocupación del presidente del Gobierno, sus Presupuestos, y había arrancado ovaciones diciendo que ellos ofrecían propuestas y luego había un “grupo de perdedores” que estaban dedicándose a meterse con su Gobierno, con el PSOE y con ella. Esta vez no dijo que se estaban metiendo con Andalucía por elevación, que es algo que se ha escuchado alguna vez.

Ya dicho que ella no era así, que ella era todo sonrisas y eficacia, que ella apagaba la luz del palacio de San Telmo, como reveló su número dos, Jiménez Barrios, pues acento andaluz, “que no es gracejo, que es acento”, y que a hacer propuestas. Dicho esto, lanzó una serie de mandobles a sus tres contrincantes para hablar de propuestas, de más libros de texto gratis y de tratamientos para diabéticos.

Al final quedaba ese momento de ceder el testigo, clave en las carreras de relevos, cuando los asistentes, como decía el policía, ya tenían hambre. La pregunta era qué grado de calidez ofrecería Susana Díaz en ese momento de clímax. ¿Cómo presentaría al que fue su rival en las primarias domésticas y fulminó todas sus esperanzas de estadista? La respuesta es sencilla: fría. Ahora, Pedro, o algo así. Apenas se la escuchó entre los aplausos de una audiencia a la que nunca se le vio metida en el partido, quizá por las interrupciones. Y cuando salió Pedro Sánchez ya todo el mundo estaba loca por irse a comer.

Algo hacía pensar que a Juan Cornejo durante lo que quedaba de día se le iban a caer las cosas de las manos.

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