La crítica

Sólo cuando quiere

  • José Maya deja destellos de gran bailaor en un cierre de ciclo con lleno hasta la bandera

El ciclo Solos en Compañía se cerró el pasado viernes con lleno absoluto. No cabía un alfiler para ver a José Maya. El madrileño es un bailaor que no admite términos medios, o gusta o no gusta, de ahí que sus seguidores tengan especial predilección por él. Hasta el mismo Farruquito, al que el público aplaudió cuando apareció por el patio de butaca minutos antes del espectáculo, acudió a la cita.

Por bulerías, haciendo compás sobre una mesa, José sorprendió a las primeras de cambio entonándose unas letras. Seguidamente, se arrancó. Su baile ha sufrido una pequeña metamorfosis, de agradecer. Mucho más pausado y bailando en el sitio, su figura desplegó momentos de gran belleza. Exuberante.

La noche prometía. Mara Rey se puso al frente. Dominadora de la escena, la cantaora jerezana, arropada por la sensacional guitarra de Jesús de Rosario, interpretó con especial dulzura una bonita melodía, Yo no soy de piedra, un tema de Juañares y que maniató a su forma. El aplauso fue arrollador.

José Romero dio paso entonces a la seguiriya. Trajeado, con la cabeza erguida y derrochando elegancia, su montaje perdió profundidad porque el suelo de la Compañía no resuena como debe, un hecho que algunos bailaores complementan con el suyo propio, cosa que no ocurrió. Aún así, volvió a dejar destellos de vigorosidad y agilidad, aunque se perdió en innecesarias vueltas.

Sin prestar demasiada atención a las transiciones, Jesús de Rosario ocupó el punto de fuga de la imagen para hacer en solitario tarantas. El madrileño estuvo efectivo y perfecto en su interpretación, y la leve saturación de los graves, sobre todo al pulsar los bordones, la consiguió camuflar a base de oficio. Habíamos llegado a la mitad del espectáculo sin darnos cuenta, pues hasta entonces, tanto José Maya como sus músicos habían lucido con arte.

Tras una pequeña ronda por fandangos de Huelva, en la que ni Rubio de Pruna ni Simón Román estuvieron finos, José, esta vez de rojo, compareció de nuevo. Su baile se tornó en agresividad, sus movimientos fueron entonces mucho más explosivos, viscerales y salvajes, primero al derivar por tangos y posteriormente al hacer bulerías. El público, habituado a este tipo de registro, estalló de júbilo y los olés se multiplicaron mientras Joselito Romero se vanagloriaba entre replantes y pasos atléticos, eso sí, todos de gran dificultad y perfectamente ejecutados, pero sin bracear demasiado.

De nuevo tangos. Rubio de Pruna, apagado y desconocido durante toda la noche, reactivó su garganta para ofrecer uno de los mejores detalles de la velada al realizar con donosura algunas letras del Y mira que mira y mira de Camarón. Acto seguido, soleá. Sin embargo, cuando todos esperaban la mejor versión de José Maya, el madrileño apenas se exhibió (quizás también porque el cante de atrás fue excesivamente chillón y carente de conectividad con el bailor). Sea como fuere,  apenas exprimió la solemnidad que requiere este palo y pronto prefirió canalizar toda su energía por la bulería final, en la que también, y a cuentagotas, irradió algunos arrebatos de arte.

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