Hemos pasado de la ausencia de política a las cargas policiales del 1-O, de la falta de respuesta dialogada al barco de piolín cargado de guardias civiles, de la falta de mesas de diálogo a subir decibelios para acallar las críticas, de la incompetencia para resolver un problema territorial a prohibir y/o temer el color amarillo.

Se la esperaba y llegó. Miles de aficionados han protestado este sábado con una monumental pitada al himno de España durante la final de la Copa del Rey entre el Sevilla y el Barcelona que se celebró en el estadio Wanda Metropolitano en Madrid. La policía tenía órdenes de que nadie entrara en el estadio con una prenda de color amarillo. No será verdad que la seguridad del Estado depende de razones de tipo estético. Aunque las imágenes que veíamos por televisión en la puerta del estadio invitan a pensar otra cosa. Me pareció lamentable ver a agentes de la Policía Nacional requisando camisetas amarillas en la entrada del Wanda Metropolitano. El Comitè Republicà 21 de abril habían llamado a manifestar su descontento al monarca luciendo prendas amarillas y así lo hicieron algunos ciudadanos.

"No le quepa la menor duda de que desde el momento en el que haya una falta de respeto hacia alguien, ya sean personas o instituciones, eso tendrá una repercusión", aseguró el ministro del Interior, que aún tiene más ganas de espectáculo. Definir como acto violento pitar un himno, llevar bufandas o camisetas amarillas o querer expresar al no democrático Jefe del Estado el malestar que provoca su figura, es banalizar el concepto y descafeinar los verdaderos actos violentos que se dan en los campos de juego.

Dice el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) que la libertad de expresión se predica "no solo de ideas o informaciones recibidas con agrado o consideradas inofensivas o con indiferencia, sino también a aquellas que ofenden, impactan o perturban. Esas son las necesidades de pluralismo, tolerancia y apertura sin los cuales no hay una sociedad democrática".

Subir el volumen en la megafonía de un campo de fútbol para no escuchar a la gente y que la mitad de la afición intentara acallar los pitos cantando la inexistente letra de un himno debería ser un indicador de la locura a la que están llevando al país.

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