MALAS compañías es un programa de entrevistas, a modo de reportaje de investigación y con aspecto de documental. Lo que se cuenta podría ser actualidad pero se dispone con una puesta en escena casi de ficción. Incluso parece un making off. Es el sello de la productora de Jordi Évole, con cabeceras que nos parecen introducir en películas y charlas en escenarios que simulan ser improvisados. Cristina Pardo, reportera impertinente por excelencia, vinculada al micrófono en la acera y relevo eficaz en el plató de García Ferreras, reúne una batería de entrevistados, voluntarios confesos y algún fiscal trabado, relacionados con las cañerías de la corrupción (valenciana, por ahora) que le dan el programa casi hecho. Producciones del Barrio termina de adornar la jugada con una puesta en escena entre preciosista y simbólica.

Los testimonios revelan estas trastiendas de tejemanejes judiciales así como de apaños y barridos de pasta cuyo mayor escándalo reside en que ya no parecen escandalizar. Es una de las razones por las que este espacio de La Sexta ha registrado buenos datos de audiencia pero sin llegar a las mayorías de los mejores tiempos de Évole. La corrupción es tanta que cansa al espectador, lo que no quiere decir que Malas compañías sea tedioso. Al contrario, un contenido así regeneraría la imagen de nuestras cadenas públicas impúdicas. Pardo tiene campo libre para seguir tirando de la manta con sus gargantillas profundas.

En TVE se inspiran en el tono de La Sexta y Cuatro para escamondar el Canal 24 Horas. Ayer estrenaban un "Hora 14", como en la SER, para dar tratamiento de Telediario a la franja informativa de la competencia más joven. A Olga Lambea parecía surgirle la voz de Cristina Villanueva. En la tarde, a las ocho, se ponía al frente el director del canal, un Álvaro Zancajo con sus modos de Antena 3. Nunca es tarde para dar músculo al canal informativo de TVE. Sus datos de audiencia parecen insignificantes, pero su valor de cadena caliente es estratégico. /@FAGallardo