Sociedad

En la mente de un monstruo

  • La policía sigue investigando a Phillip Garrido, captor, durante 18 años, de la entonces niña Jaycee Dugard, y trata de esclarecer por qué no cumplió una condena anterior por violación.

La policía continúa con el registro de la casa y otras propiedades de Phillip Garrido, el presunto secuestrador de la joven Jaycee Dugard, mientras se iban conociendo detalles del espeluznante caso. Pero son muchos los interrogantes que rodean aún la vida del que ya es conocido como el monstruo de California.

La imagen de Garrido ha dado la vuelta al mundo desde que la semana pasada fue detenido por raptar a Dugard en 1991, cuando ésta tenía 11 años, violarla y mantenerla retenida junto a las dos hijas nacidas de esos abusos en el patio trasero de su casa durante 18 años.

Para la justicia ya era conocido después de ser condenado por otra violación en 1977. Su testimonio durante el juicio ha servido ahora para conocer detalles de su personalidad. También han sido reveladoras las declaraciones de la primera esposa de Garrido, quien le describe como un monstruo iracundo y aficionado a las drogas.

Una imagen muy distinta de la que el propio Garrido mostraba en un blog que escribió a lo largo de dos años y en otros documentos que presentó ante el FBI días antes de ser arrestado por violación y secuestro.

El hombre, de 58 años, detalló en algunos de esos escritos su exitosa lucha contra los impulsos sexuales, asegurando que había logrado controlar el deseo y las fantasías. "Ciertos comportamientos provocan dolor no sólo a mí mismo sino también a aquellos que son víctimas de esos comportamientos, especialmente nuestra familia y mi mujer", escribió Garrido.

Ese dolor era el que supuestamente le había llevado a dejar de ser el depredador en que se había convertido, según los documentos a los que tuvo acceso CNN. Su terapia consistía al parecer en mirar a las mujeres atractivas pero prohibirse a sí mismo cualquier acto en contra de ellas.

"Me di cuenta de que no necesitaba actuar o hacer las cosas que antes me parecían tan fantásticas y estimulantes", escribió un Garrido que se presentaba lleno de remordimientos. Su intención declarada era compartir los métodos con los que logró la "salvación" para ayudar a otros autores de crímenes sexuales.

Crímenes como el que él mismo cometió en 1976, cuando secuestró a Katie Hall, una empleada de casino de 25 años, la trasladó a un depósito y la violó durante horas en repetidas ocasiones. Un policía descubrió el escondite y Katie logró escapar. Está convencida de que, de lo contrario, Garrido la hubiera matado.

Y todo ocurrió porque Garrido no pudo contener sus impulsos, según explicó después al tribunal. "Tenía una fantasía que me empujaba a hacerlo, estaba dentro de mí, era algo que me hacía desearlo y no había manera de frenar".

La influencia del alucinógeno LSD le llevaba a acercarse a colegios y satisfacer sus pulsiones sexuales en público mientras contemplaba a niñas de siete años. "Lo he hecho en mi propio coche, cerca de colegios, de escuelas primarias y de institutos", reveló en su testimonio judicial.

También la primera mujer de Garrido, Christine Murphy, ha revelado detalles de los duros años de convivencia, previos a la primera condena por violación. Cuenta que Garrido intentó dejarla ciega una vez después de que otro hombre coqueteara con ella. "Agarró un alfiler y lo dirigió hacia mis ojos", declaró la mujer. Todo apunta a una mente perturbada. Pero quizás lo importante es esclarecer por qué falló un sistema judicial que dejó que Garrido volviera a ser libre y no controló sus pasos.

Fue condenado a 50 años de prisión después del juicio celebrado en 1977. De acuerdo con las directrices de la sentencia, hubiera tenido que cumplir al menos tres cuartas partes de esa condena. Pero fue puesto en libertad sólo 11 años después y tres más tarde secuestró a la entonces niña Jaycee Dugard.

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