Liga bbva

El mismo perro con distinto collar (1-0)

  • El Sevilla vuelve a caer, esta vez ante un moribundo rival, con un rosario de ocasiones perdidas y sin capacidad para dominar el partido y mostrar que es superior. La duda empieza a ser si puede salvar la temporada.

Todas las sonrisas, todas las buenas sensaciones, esa alegría, incluso esa otra cosa de la que hablaban algunos pesos pesados de la plantilla... se quedaron en nada ayer en Gijón ante otra exhibición de impotencia, esta vez del equipo de Míchel, y de ineficacia para demostrar su superioridad -que la tiene- sobre un rival mucho peor que él, muerto y hundido en la tabla, al que sólo le quedaba apelar al caduco librillo de Clemente y al calor de la grada. Eso para cualquier buen equipo debe ser y es suficiente, pero para el Sevilla no.

Lo malo es que a estas alturas cabe empezar a preguntarse si puede ser definitivo, si, visto ya lo que había que ver, a esta plantilla no le da para llegar ni a la cuarta plaza ni siquiera al premio menor de la Europa League. Y el club necesita los ingresos cada vez más urgentemente... Tendrá que cambiar la situación de una forma espectacular y tirar para arriba como un cohete, pero para eso se necesita pólvora y no se ve desde luego mucha. Y por lo de El Molinón ayer, ninguna.

El Sevilla ha cambiado de entrenador, pero sus males parecen más arraigados como para que todo se solucione de la noche a la mañana. Perdió sin ser peor que el Sporting, pero sin demostrar que es mejor, mucho mejor, que su rival. O sea, lo mismo. Algunas cosas puede que cambien, sí, pero el meollo de la cuestión, no. Si antes con Marcelino los planteamientos iniciales parecían correctos y en las primeras partes se comía a su rival, pero luego, con los cambios, bajaba los brazos, ahora es al revés. Como ante el Atlético hace una semana, en Gijón regaló un tiempo y se volcó luego sobre el área contraria en busca de un gol a la desesperada, sin un plan fijado y dando al enemigo alas para sentenciar a la contra. Lo mismo. Muchas ocasiones, inocencia en los disparos, inoperancia... Igual.

Si no está Spahic los regalos en defensa los da otro; si no está Negredo quien se aísla es Manu; si no está Kanoute, Reyes debe aguantar la pelota, pero no es igual; si no está Medel, que Fazio haga lo que pueda, que tampoco es igual; y si el rival enseña los dientes y el árbitro lo permite, agacha la cabeza. Igual.

Pero todo eso lo sabía el Sevilla. Y todo eso se fue plasmando sobre el terreno de juego sin que los hombres de Míchel hicieran mucho por remediarlo. Y eso que tuvieron la oportunidad de no dejarse mandar en el partido y marcar la pauta si los nervios no hubieran convertido en un flan a la defensa que giraba sobre el eje Cala-Escudé. El Sporting olisqueó el miedo cuando antes se había limitado a pegar duro y la grada hizo el resto para que el Sevilla se fuera metiendo cada vez un poquito más atrás después de unos instantes iniciales en los que manejaba el duelo hasta que el balón llegaba a Reyes y Manu, incapaces de mantenerlo. Ahí morían los avances de un equipo que parecía que, si no daba un paso en falso, podía ir amansando a la fiera. Pero fue un error de Cala en una entrega fácil lo que encendió la mecha. Entre Escudé, que estorbó lo suficiente, y Palop, otra vez providencial, salvaron la ocasión que le pusieron en las botas a Barral. Clemente había puesto en el campo a jugadores veloces que, a la mínima ocasión, podían meter marcha y presión y eso hizo el Sporting, ir metiendo cada vez más atrás a un anonadado Sevilla que sin embargo pudo haberse adelantado antes que su rival en un cabezazo de Perotti a la base del poste en un avance en el que Jesús Navas, tapado, sacó petroleo. Pero la fortuna tampoco estaba por la labor de mirar de frente al Sevilla y muy poco tardaría su rival en adelantarse en otro desliz defensivo. Esta vez no fue una entrega en falso, sino un despiste en cadena en las marcas. Primero nadie salió a tapar el centro de Colunga y luego nadie siguió a un André Castro que se coló entre Cala y Coke para recibir y cruzarle el balón a Palop. Es decir, lo mismo de siempre.

Era entonces el momento de lamentarse, pero reflejaba lo sembrado con un centro del campo con buena lectura de juego pero permisivo y tendente al trote que acababa engullido por los mediapuntas del penúltimo de la tabla. Luego, a los de Míchel les darían vidilla para poner firma a un inacabable muestrario de ocasiones falladas, de todos los colores y de todas las formas, para regalarle a su afición otro disgusto. Desesperante el tiempo que necesita Rakitic para disparar, la inocencia de los disparos de Navas, la apatía en los de Reyes, la impotencia en los de Manu... Si no es igual, es muy parecido.

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