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Paréntesis o trampolín

  • La visita del siempre temible Barça amenaza a un Sevilla en situación semicrítica que no puede esperar para empezar a escalar. El recuerdo del partido de la primera vuelta debe ser el señuelo.

Con la que está cayendo en Nervión, el último rival que el personal podría querer que apareciera por la esquina de Eduardo Dato es el que llega esta noche al coliseo de los sevillistas, esos aficionados al fútbol que, de presumir de seguir y querer a su equipo hasta la muerte, van a tener que empezar a demostrarlo. En la espiral en la que ha entrado el equipo ahora entrenado por Míchel, que el Barcelona de Leo Messi ocupe el vestuario visitante del Ramón Sánchez-Pizjuán no es una cuestión sencilla de digerir así a bote pronto. Se trata del, según muchos, el mejor equipo de la historia del fútbol con el, según muchos, el mejor jugador de la historia del fútbol mundial y dirigido por el, según también muchos, el mejor entrenador del momento.

El Sevilla con Míchel ha vuelto otra vez al mismo punto de partida, a una situación similar -aunque con varias jornadas menos que disputar- a cuando los blancos no habían ganado a Osasuna y Valencia, los dos únicos triunfos de los que puede presumir el entrenador madrileño tras un mes y cinco partidos disputados desde que aceptó el reto de coger las riendas del equipo blanquirrojo.

El espectáculo que el Sevilla ofreció en Gijón, sobre todo en la primera mitad, vuelve a sembrar muchas dudas entre su fiel -habrá que creer que seguirá siéndolo- infantería. Más o menos como ocurriera también durante los primeros 45 minutos disputados ante el Atlético de Simeone, justo antes de que Babá enchufara el último balón de gol de un equipo en el que sus delanteros llevan todo el año de sequía.

Ésta es una de las razones por las que el Sevilla se encuentra en este estado a punto de entrar en esquizofrenia colectiva que tiene a su gente aturdida. En un momento del curso en el que no se sabe si va a tirar hacia arriba o si se va a dejar arrastrar por la corriente, aparece en el calendario el duelo que nadie querría, esa jornada en la que casi todos los equipos de Primera tenían asumido que no iban a sumar allá cuando en la Federación Española se celebró el sorteo. Es verdad que al final ese ogro azulgrana no fue tal y que se dejó algún punto por el camino, más de los previstos inicialmente, y es verdad que fue precisamente el Sevilla uno de esos afortunados y corajudos adversarios que llevó a término la proeza de aguantar el tirón ante los Messi, Xavi, Cesc, Iniesta, Thiago, Daniel Alves... y un largo etécetera que ya va por nombres impensables a principios de temporada como Cuenca o Tello. Por eso nunca se puede vaticinar si la noche de hoy puede acabar siendo paréntesis o trampolín.

Son cosas que nunca se saben. Y el ejemplo más cercano lo sufrió el Sevilla en sus propias carnes después del subidón que supuso para los blancos salir vivo y con muy buenas sensaciones del Camp Nou. Lo que pudo ser espaldarazo moral y refuerzo de unos conceptos de fútbol que ya parecían aprendidos por el equipo se tornó en la frontera de la gran crisis que se llevó a Marcelino por delante. Una racha con dos triunfos sólo entre 15 jornadas que puso al proyecto que firman Del Nido y Monchi en la situación en la que se encuentra ahora, con la puntuación más pobre a estas alturas de la Liga en los últimos doce años, desde la campaña en la que se pasó el curso y lo cerró como colista descolgado a las órdenes de Marcos Alonso.

Los de Míchel tienen tras esta cita dos exámenes en sendos desplazamientos a Santander y Granada en los que se van a jugar la temporada. Lo de hoy casi se da por perdido. O no. Hay que jugarlo. Además, éstos son los partidos que gustan en el Sánchez-Pizjuán. Y los que provocan ciertas vibraciones en la motivación de los futbolistas, aunque a veces tampoco se sepa en qué sentido.

Míchel, desde luego, no tiene mucho tiempo para pararse en tonterías (puede que la bromita del Messi "embarazado" sobrase) y ni siquiera enfrentarse a un rival que en su carrera como futbolista fue algo más que un enemigo puede distraer al ex mundialista porque como no empiece a ganar ya, el tenderete se puede caer y cuando todo acabe él se irá de rositas y posiblemente encuentre equipo para el año que viene. Pero para el Sevilla no tendrá arreglo y eso el sevillismo, al que sí le duele, debe tenerlo muy, muy presente. No se puede esperar mucho ni porque el que esté enfrente sea este Barcelona cada vez más apurado con esos diez puntos que lo separan del Real Madrid.

Y si Javi Varas fue el héroe en el compromiso de la primera vuelta, a Palop le puede tocar esta vez serlo y con una defensa de circunstancias delante suya. Las bajas, ese elemento aleatorio y siempre amenazante para un equipo de fútbol, se concentran en una línea en la que Míchel va a tener que hacer jugar a Luna cambiado de banda. Spahic está en la convocatoria, pero, como en Gijón, no tiene pinta de que pueda jugar y, con Coke y Fazio sancionados después de la trifulca que se organizó en el camino de los vestuarios, serán Cala y Escudé de nuevo los que formen el eje de una retaguardia que esta vez sí tendrán la ayuda de un Medel al que, por su carácter de insustituible, puede decirse que ya le dedican oraciones.

Sí que aparecían en la cartelería de la víspera gente como Kanoute y Negredo. No se sabe si simplemente para imprimir algo de respeto o porque de verdad están bien físicamente. Igual pasa con Jesús Navas, casi el único que puede encender la mecha de una ilusión que empieza a ser necesidad. Como para esperar...

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