Sevilla - Barcelona · La crónica

¿Orgullosos de perder? (1-2)

  • El Sevilla le plantea un pulso de tú a tú al Barcelona, pero cae por la calidad de Messi y el déficit físico del once de Sampaoli. Sin fuerzas, los locales fueron un caos tras el descanso.

El resultado, como el algodón, no engaña. El Sevilla cayó derrotado contra el Barcelona y de nada le sirvió la hermosa disertación ofensiva del primer periodo, cuando salió a buscar al coloso azulgrana en su propio terreno de juego y puso en muchísimos aprietos a la tropa de Luis Enrique. Pero el inventor de este deporte dictaminó que los partidos duran 90 minutos por algo, para que el físico de los jugadores explote si se lanzan a un esfuerzo desmedido y eso fue lo que le sucedió al once elegido por Jorge Sampaoli, que se desfondó sin que el técnico argentino fuera capaz de hallar las soluciones convenientes en su banquillo cuando aún había tiempo para tratar de enderezar la curva descendente que habían iniciado los suyos.

Fue algo así como el atleta de 400 metros, la prueba más exigente en el catálogo del atletismo por su mezcla entre velocidad y resistencia, que sale en sprint en los 200 metros y llega a la recta final en primera posición, pero que es rebasado a partir de ese momento por el resto de los participantes por la sencilla razón de que no supo dosificar sus fuerzas. Más o menos eso le sucedió al Sevilla, que planteó un duelo de tú a tú al coloso liderado por Messi y fue capaz, incluso, de golpearlo en el primer periodo. Pero no aprovechó ese momento para acertar y se fue quedando sin gas conforme iban pasando los minutos para hundirse de manera evidente en el tramo inicial del segundo periodo sin que su banquillo fuera capaz de reaccionar en busca de un remedio.

Y no es ilógico que así fuera. Sampaoli apostó por Nasri, pese a sus carencias físicas por los problemas musculares que arrastra, y encima tenía también en el equipo a Franco Vázquez. Por ahí ya existe un punto de osadía a la hora de plantear noventa y tantos minutos contra el Barcelona de Leo Messi. Pero no sólo eso, hay un aspecto incluso más trascendente a la hora de la búsqueda del equilibrio que es tan necesario para que un equipo de fútbol funcione como una máquina perfectamente engrasada. Respecto al mejor Sevilla de Sampaoli, tal vez el que se cruzó con el Atlético, se caía de la alineación Pareja por su lesión y era sustituido por Sarabia. Un central por un extremo en el día de ayer, demasiada osadía teniendo en cuenta que enfrente estaban Messi, Luis Suárez y Neymar.

El Sevilla, por tanto, funcionó de manera perfecta en lo referente al ataque, a lo que más le gusta al aficionado al fútbol, a lo que se identifica normalmente con el espectáculo. Pero el fútbol es algo más y también exige repliegue, defensa, volver. Ahí estuvo el error.

Porque después de un arranque espectacular, con esa presión perenne a la circulación del Barcelona en la zona donde más daño se le hace a los azulgrana, en el mismo sitio que eligiera Pep Guardiola en la segunda mitad con su Manchester City, el Sevilla se quedó sin gas y en muchos momentos le llegó a regalar a Messi y compañía la posibilidad de crucificarlo. El ejemplo más claro está en la jugada del empate. Un balón regalado por Sarabia en la fase ofensiva del Sevilla, casi en el área rival, se convertía en una contra imposible de defender por la sencilla razón de que no llegaban los peones necesarios para hacerlo. La conducción fue de Neymar y la llegada final de Messi no pudo ser más franca. Toque preciso desde el borde del área y el gol del empate justo antes del descanso para dejar sin aire a quien había hecho todo el esfuerzo.

La penalización al Sevilla en esta acción tan concreta era cruel, pero tampoco se podría decir que no fuera previsible. Sampaoli apostó por un golpe a golpe, por salir a por todas desde el primer balón. Tanto es así que a los 30 segundos ya había disparado Vietto con cierta intención, aunque flojo. Sin solución de continuidad llegaría el primer paradón de Sergio Rico a Luis Suárez y una volea de Escudero tras una gran jugada. Después vendría el gol de Vitolo en una jugada perfecta por parte de los anfitriones, con una gran circulación hasta el pase de Sarabia al canario. Aquello era frenesí absoluto, adrenalina a tope.

Con el Sevilla desbocado, Sarabia desperdició una ocasión increíble al taconear hacia atrás en busca de la llegada de un compañero cuando estaba completamente solo delante de Ter Stegen. Pero aquello no paraba, después llegarían sendos acercamientos de Vietto y Vitolo ante un Barcelona que se sentía tremendamente incómodo contra un rival que le discutía la posesión del balón...

El problema llegó con el desorden que origina la fatiga. El primer síntoma fue ese balón perdido por Sarabia en una zona en la que no se puede correr ese riesgo. El Barcelona se iba con un empate a los vestuarios y el Sevilla acusó tanto el golpe que en el arranque del segundo periodo pareció tremendamente cansado. Esto originó un verdadero caos en el aspecto defensivo, con Messi guiando las operaciones y muchos de sus compañeros completamente solos. N'Zonzi, entonces, presionaba a Busquets muchas veces y Nasri se quedaba para solaz del mejor jugador del mundo. El partido exigía en ese tramo otra pieza defensiva por delante de los centrales, sea Iborra o Kranevitter, pero Sampaoli no lo entendió de la misma manera.

Bastó con un nuevo error, éste de Carriço, para que Luis Suárez aprovechara las facilidades para marcar en solitario. Pero ya antes pudieron hacerlo Rakitic y Messi en tres ocasiones. El Sevilla se había desfondado y lo pagó, vaya si lo pagó. Tras el 1-2 sí sacaría orgullo y hasta N'Zonzi pudo empatar de cabeza en un córner. Fue una isla porque Luis Suárez las tuvo también muy claras. Balance final, cero puntos para el Sevilla por muy ofensivo y muy aparente que fuera su planteamiento. ¿Orgullosos de plantearle ese pulso al Barcelona? De perder jamás se puede estar orgulloso.

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