buena muerte

Miradas entre la caoba y el incienso

  • Numerosos cofrades aguardan en la calle Tres de Agosto para soñar con Consolación

El Santísimo Cristo de la Buena Muerte encara la Plaza de las Monjas.

El Santísimo Cristo de la Buena Muerte encara la Plaza de las Monjas. / reportaje gráfico: canterla

Una hora y media llevaba postrado con su larga edad frente por frente a la iglesia conventual de Santa María de Gracia en postura de espera para la salida de la Hermandad de la Buena Muerte. Con la salida de la cofradía, el varón con su cabellera canosa y reflejos amarillentos buscaba a través de sus lentes el recoveco idóneo para percibir la emocionante salida del Santísimo Cristo de la Buena Muerte. Tenía una sonrisa intranquila y un destello en los ojos que no cesó en ningún instante. Parecía que indicaba con los ojos la mecida casi dormida del imponente paso de caoba americana. Que no se despertase de su Buena Muerte en su caminar por las calles de la capital. Que Huelva se contagiara de su amor por el Santísimo. Que lograse agarrar con los sentidos al menos un suspiro del intenso incienso que le envolvía.

El varón también fue el único que buscaba el paso, en un desesperado intento, en la lejanía de la Plaza de las Monjas mientras que el resto se acomodaba para ver el discurrir de la cofradía. Y cierto es que le faltaban ojos para todo lo que quería ver, curiosear y paladear.

Los costaleros trabajan en una complicada salida desde la iglesia de las Agustinas

Nuestra Madre de la Consolación y Correa en sus Dolores salió ante la estrechez de la puerta. Los costaleros de rodillas hicieron un esfuerzo notable ante la atención del gentío. Bajo la Banda Municipal de Música de Villalba del Alcor, el final de la cofradía, entera ya en la calle, comenzó su estación de penitencia ante la devoción de los cofrades onubenses. Las calles Gobernador Alonso y Hernán Cortés sirvieron de auge en un recorrido plagado de bellos momentos y emociones.

No se entiende el Jueves Santo en Huelva sin la Hermandad de la Buena Muerte por su calles y rincones. Y tampoco se asimila una estación de penitencia sin la atenta mirada de varones con arrugas de experiencia y con la ilusión de la primera vez.

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