Rincones con encanto

Pueblo en las entrañas urbanas

  • El hecho de que fuese foro en la romana Hispalis puede influir en que esta plaza sea como un lugar donde hay de todo y en el que se puede vivir sin necesidad de salir de él.

Plaza de la Alfalfa

Plaza de la Alfalfa

Cruzará la plaza el Cautivo del Polígono tras un larguísimo peregrinaje camino de la Campana y ya muy de noche volverá a casa la Virgen del Rocío al son de Campanilleros en este segundo día de nuestra fiesta mayor. Estamos este Lunes Santo en la Plaza de la Alfalfa y si nuestra entrega de ayer giraba en torno al corazón de la Triana más auténtica, la de hoy se mete de lleno en las entrañas de un barrio incrustado en la Sevilla de toda la vida, en esa urbe que es conocida a los cuatro puntos cardinales. Es este enclave una plaza que no es gran cosa estéticamente, pero cuando mañana pase Pilatos rumbo a la Calzá quizá lo haga recordando para sí mismo que de lo primero que se tiene constancia de ella es de que fue foro romano cuando Hispalis, o Colonia Iulia Romula Hispalis, metrópoli muy principal de la Bética.

No es gran cosa estética, pero esta plaza, que fue creada tras derribarse en 1820 el matadero erigido en 1545 bajo el nombre de Casa de las Carnicerías, tiene de todo. Y es que en dicho edificio se ubicaba el mayor número de tiendas cárnicas de la ciudad, cuestión lógica esa de agruparse gremialmente en torno al matadero. Y en ese año de 1820 se abre una plaza que serviría de desahogo para la constreñida urdimbre urbana de la zona y que con el devenir de los tiempos iría adoptando distintos nombres. Al principio fue de la Berza, más tarde del Infante don Fernando, seguidamente tomó el nombre del desamortizador Mendizábal, Juan de Dios Álvarez Mendizábal en el mundo, luego se llamó del Vino, General Mola en el franquismo y Alfalfa ya en 1980 ejerciendo Luis Uruñuela como alcalde de la ciudad.

Decíamos que no es gran cosa estéticamente una plaza que, sin embargo, cuenta con un edificio catalogado, el que hace esquina con San Juan. Sin embargo, en la Alfalfa se puede encontrar de todo. Hay cafetería, bares, puesto de periódicos, banco, farmacia, floristería, calentería, heladería, tienda de telefonía móvil, supermercado y hasta un comercio siempre abierto para arreglar desavíos. Una especie de pequeño poblado en el que se puede vivir perfectamente sin salir de él. Pero lo que le dio más popularidad a la Alfalfa fueron sus largos años, desde 1852 hasta el reciente 2005, en que acogió un mercado de animales.

En ese año de 1852, el Consistorio ordenó el traslado de ese mercado de animales desde Triana a la Alfalfa. Ese mercado fue perdiendo pujanza hasta convertirse en mercadillo de animales mayormente domésticos. Perros, gatos y, sobre todo, pájaros polarizaban la esencia de un mercadillo que derivaría sólo en dominical y que fue prohibido en 2005 por decisión de la Comunidad Europea en aras a la prevención de la temida peste aviar.

Y del paisaje pasemos al paisanaje. El vecino conocido de la Alfalfa que más se aleja en el tiempo y del que hay constancia data del Siglo XVI, cuando no era plaza sino matadero, y es el bachiller Luis Peraza, autor de la primera historia de Sevilla que se conoce. Pero sin duda alguna, el hijo más popular de la plaza fue el torero Manuel García Cuesta, apodado Espartero por la sencilla razón de que su padre regentaba una espartería en plena Alfalfa. Conocido popularmente como Maoliyo el Espartero, fue un ídolo que se convirtió en leyenda cuando cayó herido mortalmente en plena juventud. Ocurrió el 27 de mayo de 1894 en la plaza de Madrid cuando Perdigón, toro del hierro de Miura, le corneó el epigastrio causándole la muerte casi de forma fulminante.

Fue tanta la consternación por la muerte de un héroe joven que el tren que traía a Sevilla su cadáver hubo de detenerse en todas las estaciones existentes desde Córdoba. Veinte mil personas en una ciudad que no llegaba a los 200.000 habitantes acompañaron al Espartero hasta el camposanto sevillano, dándose la extraña particularidad de que fueron en absoluta mayoría mujeres las que lo cortejaron. Y es que también la leyenda abunda en el apartado del tremendo éxito que el torero tenía entre el género femenino.

Y tras el Espartero le sigue en popularidad la Niña de la Alfalfa. Aunque nacida en Santiponce, Rocío Vega Farfán vivió siempre junto a esta plaza, en la calle Boteros. Era una cantaora excepcional y tan larga que lo mismo cantaba ópera o zarzuela que flamenco. El apodo se lo colocó un afamado periodista de la época, el sanluqueño Agustín López Macías Galerín, tras escucharle una saeta; como no sabía su nombre la llamó Niña de la Alfalfa y así fue conocida hasta que falleció el 16 de julio de 1975. Anécdota muy principal es que un Jueves Santo le canta a la Virgen de la Victoria desde el Círculo de Labradores, la escucha Alfonso XIII y le firma un billete en el que la proclama Reina de la Saeta. Y en plena plaza de la Alfalfa se develó un azulejo en su honor, señal inequívoca del prestigio que la popular saetera gozó entre sus vecinos.

Como no podía ser de otra manera, hoy es también un día grande para la Alfalfa. A plena luz del día, esa manifestación de fe que viene del lejano Polígono de San Pablo y ya de noche, la del Beso de Judas con su armonioso palio de la Virgen del Rocío para una celebración donde se combinan la religiosidad y la fiesta, algo que en la Alfalfa suena como en ninguna parte, que para algo fue foro de la romana Hispalis.

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