OPINIÓN. LA CALLE

La crisis amenaza la hegemonía socialista

El curso político ha empezado con mal tiempo y buenas caras. El miércoles hemos visto en la prensa fotos de un vicepresidente Griñán  sonriente, al lado de su viceconsejera, Carmen Martínez Aguayo, y de la portavoz del PP, Esperanza Oña, que, aunque en la comisión le sacudió al consejero con su dureza habitual, fuera de la sesión mantuvo una educada charla con sus adversarios. 

Son de aplaudir estas buenas maneras. Pero la situación no está para bromas. Y el gobierno regional, que ostenta el Partido Socialista desde hace más de 26 años, haría bien en tocarse la ropa. La mayoría absoluta socialista, que aparece como un muro en todas las contiendas electorales para la alternativa del Partido Popular, pasará una dura prueba en las próximas elecciones. Es verdad que faltan tres años y medio, pero nada indica que la crisis vaya a acabar antes. De hecho, Griñán, que es un político serio, en su comparecencia en el Parlamento andaluz el martes, reconoció que nadie es capaz de aventurar hasta cuándo durará la situación.

Sirva de referencia el precedente de la crisis del 93: se produjo un resultado electoral pésimo para los socialistas un año después, el peor de la historia de la autonomía andaluza: 45 diputados para el PSOE; 41 para el PP, en la primera presencia de Javier Arenas como candidato a la Presidencia; 20 Izquierda Unida, en su mejor momento, y 3 de los andalucistas. El primer mandato de Manuel Chaves como presidente se saldó con un terremoto electoral, si se cuenta que en 1990 el resultado había sido de  62 escaños socialistas, 26 populares, 11 de IU y 10 andalucistas, en el estreno de Pedro Pacheco como cartel del PA.

Hay que atribuirle una buena parte de aquel resultado a la crisis económica. Después vino el entendimiento entre el PP e Izquierda Unida, en lo que se llamó la pinza, con el bloqueo parlamentario; la recuperación económica y la literal desaparición de las elecciones autonómicas, que quedaron para siempre ensombrecidas por las elecciones generales. El presidente Chaves llegó a la conclusión de que tendría mejores resultados si convocaba las elecciones autonómicas en simultáneo con las generales, cosa que ha hecho desde entonces, en 1996, 2000, 2004 y 2008.

El desafío de 2012 para los socialistas es no repetir el fiasco de 1994, para lo cual hay que dar por seguro que, como primera providencia, habrá elecciones con las generales. Una estrategia que se pueden permitir los socialistas en Andalucía, pero no en otras autonomías con mayor conciencia regional: en Galicia, el presidente Emilio Pérez Touriño acaba de anunciar que no adelantará las elecciones gallegas, como pretendía el PSOE federal, y que terminará la legislatura, pero que cuando convoque lo hará en solitario, evitando las vascas y las europeas de 2009. El líder socialista gallego sostiene una teoría que da envidia: “Que cuando Galicia hable, se hable exclusivamente de Galicia”. Es decir, quiere todo el foco nacional pendiente de su comunidad autónoma. El argumento diametralmente opuesto al sostenido por el presidente andaluz para justificar su insistencia en secuestrar el debate regional: “No es bueno separar el debate andaluz del debate español, porque lo que se hace en Andalucía repercute en el conjunto de España y lo que se hace en España repercute en el conjunto de Andalucía”.

En todo caso, ojo con esta debacle económica, que tiene tan mala pinta y ante la que Zapatero está claramente en precario: primero negó la crisis, después minimizó sus consecuencias y ahora no acaba de tomar la iniciativa.  Esta fea crisis amenaza no sólo su mayoría minoritaria en el Congreso, sino también el aplastante dominio del PSOE en la política andaluza desde la creación de la autonomía. Parece que han pasado años desde la campaña electoral en la que el PSOE prometía el pleno empleo en Andalucía para 2013. Pero ahora mismo hay 600.000 parados y esa cifra va a seguir subiendo. El dato del paro en agosto ha sido nefasto: 100.000 desempleados más en España, de los que una cuarta parte son andaluces. Griñán reconocía el martes el escaso margen de maniobra de un gobierno ante una crisis financiera. Lo contrario es más fácil: que la crisis se lleve por delante a un gobierno.

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