OPINIÓN. A CIENCIA ABIERTA

Sembrando vida

Cuando me preguntan en alguna conferencia si creo que existe vida fuera de este planeta, mi respuesta es clara y contundente: sí, la que hemos enviado nosotros. La prueba más tangible que suelo ofrecer –aunque sea algo escatológica– es el cinturón de excrementos que se está formando alrededor de la Tierra como resultado de los efluvios de los más de 450 astronautas que la han orbitado hasta ahora. Un cinturón lleno de microorganismos que tiene su guasa si se mira como anuncio de nuestro planeta:

–¿Para la Tierra por favor?

–Siga derecho y cuando encuentre un montón de mierda, ya llegó. Pero además, la humanidad, es decir nosotros (incluidos usted y yo), aunqie no sepamos manejar este planeta estamos enviando microorganismos al espacio. Lo hacemos a lomos de las sondas, naves y robots con los que pretendemos estudiar el Universo allí donde nuestra tecnología nos permite llegar.

En cada misión que las agencias espaciales, ya sea la europea ESA, la americana NASA o la japonesa JAXA, envían a la Luna, a Titán, a Júpiter, a Marte o a cualquier otro lugar del universo cercano, viajan irremediablemente una multitud de microorganismos. La explicación es que no conocemos ningún procedimiento que esterilice completamente nuestros instrumentos de medida sin afectarlos. Existen diferentes protocolos de esterilización dependiendo de que el vehículo espacial tenga previsto sólo orbitar o entrar en contacto físico con el planeta o luna al que se envía. Pero ni el más estricto de ellos asegura una completa esterilización. Por ejemplo, en la famosa misión Viking de la NASA para detectar la posible existencia de vida en Marte en 1975, las sondas Mariners llevaron con ellas cientos de miles de esporas. Sabemos también que en las misiones más recientes el número de microorganismos con los que contaminamos el universo es incluso mayor debido a la dificultad de esterilizar los delicados dispositivos electrónicos modernos sin dañarlos. Aunque esta invasión bacteriana no se haya diseñado a propósito sino que es producto de nuestro afán por entender, eso no nos libera de la responsabilidad de una posible colonización de otros mundos. Porque lo que importa saber es si los estamos inseminando, es decir si los organismos que llevan nuestras sondas son capaces de reproducirse, de convertirse en semillas de vida. Si fuera así –y desgraciadamente no tenemos hoy forma de saberlo– las consecuencias serían impredecibles y nuestra responsabilidad moral enorme.

¿Se imaginan que algunos de esos miles de microorganismos ocultos en nuestras naves lograran sobrevivir bajo los granos minerales de una superficie húmeda de alguna luna o planeta remoto? ¿Se imaginan que pudieran reproducirse? ¿Se imaginan que empezara a funcionar el juego de mutaciones y selección de la evolución darwinista en una atmósfera radicalmente distinta a la nuestra?

Pues vayan imaginando porque si evolutivamente hablando no somos casi nada del pasado, el futuro, todo el futuro, depende ya de nosotros.

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