Pito de coña

Los límites de la memoria

Cada uno de nosotros lleva en su interior un carnaval en conserva, una memoria sentimental, un carnaval tal vez desfigurado por el paso del tiempo y que seguramente nunca existió, pero es el tuyo: es tu memoria del carnaval.

Te guste poco o mucho, el carnaval deja en cada gaditano un residuo sentimental, instantes, amigos, majorettes, esquinas, disfraces, cursiladas monumentales, una bulla, versos sueltos de una copla: 'Por eso a mí, Cádiz me hace soñar (cesoñá, cesoñá)' o bares míticos que 'se están perdiendo, y es una pena', engullidos por la modernidad.

Y el Concurso. Veo fotos antiguas, ¿así era? Apenas una retransmisión por la radio durante una noche perruna de agua, viento y frío en aquella Puertatierra agropecuaria y lejana: 'Vienen desde Chiclana y de otros pueblos hombres en bicicleta a trabajar'.

¿Así era la prima Carmeluchi? ¿Así discurrió el pasado octubre? ¿Cádiz no tenía ríos que son los que suelen las coplas llevar?

Era un concurso muy diferente, no me atrevo a decidir si mejor o peor, sólo diferente.

Un concurso en el que los autores no se mosqueaban con las críticas a sus agrupaciones, un concurso que, más allá de Cortadura, apenas era una rareza antropológica de los gaditanos, un concurso en el que se ignoraba lo que es una fina alegoría, un concurso en el que los maquillajes aún no estaban patrocinados por Titanlux, un concurso en el que salían coros y no agrupaciones rociero-cofrade-carnavalescas…

Ahora mismo voy por Canalejas, con una sonrisa de oreja a oreja, pensando que da pánico imaginar el futuro del carnaval oficial de Cádiz.

Disculpa este ataque de nostalgia carnavalesca pero, descuida, soy optimista: si el carnaval ha sobrevivido a las rancias embestidas eclesiales, superará esta época en la que, perdido su sentido profano, igualitario y gamberro, el concurso es ya un artículo de consumo.

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