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salvador moreno peralta

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La responsabilidad de la militancia

Los partidos serán más fuertes mientras mayor cantidad de discrepancia sean capaces de absorber en su seno sin que tiemblen sus cimientos ideológicos

La responsabilidad de la militancia La responsabilidad de la militancia

La responsabilidad de la militancia

Hay conceptos políticos considerados categóricos hasta que alguien se atreve a cuestionarlos. Tal ocurre con los procesos electorales de toda índole que llenan la vida política de nuestro país, reduciendo toscamente la democracia a la simple existencia del sufragio, como si ahí se acabara todo. Veamos: pensar que en nuestra democracia, tal y como está institucionalmente estructurada, el voto va a dar lugar al gobierno de los mejores es un sarcasmo que haría removerse en su tumba a Tocqueville, Montesquieu y a todos los padres del Siglo de las Luces que contribuyeron a crear este sistema imperfecto pero aún no superado. Si a todos los filtros que ya de por sí abortan el acceso al gobierno de los mejores le añadimos lo que pudiéramos llamar la "profesionalización electoral", es decir, el apetito desordenado de pasarse todo el tiempo eligiendo a alguien, entonces estamos ante lo que Félix Ovejero opinaba recientemente de las elecciones, esto es, que son "vivero de patologías", más que una muestra de higiene representativa.

Si hubiera que traducir gráficamente un proceso electoral en nuestro país nos saldría probablemente un embudo, en el que la idea de representatividad se va estrechando cada vez más hasta el punto de perder su significado. En efecto, al no existir el sistema de listas abiertas tenemos que votar a los partidos, sin matices ni reservas. Va de suyo que la militancia en los partidos es una opción personal no sólo legítima sino imprescindible para la existencia misma de aquellos, concretando su compromiso ideológico en las acciones de la vida cotidiana. La militancia es una especie de sacerdocio laico, pastores de la grey ciudadana y democrática cuya grandeza y legitimidad moral están tan relativizadas como en la propia Iglesia, bien por la tentación doctrinaria de la institución, como por la gremialista de sus miembros. Los partidos serán más fuertes mientras mayor cantidad de discrepancia sean capaces de absorber en su seno sin que tiemblen sus cimientos ideológicos. Y los militantes serán tanto más ejemplares cuanto menos utilicen la organización como un comedero.

Ya vemos cómo los procesos internos de elecciones primarias dentro de los partidos no son precisamente fecundas síntesis de discrepancias estratégicas, sino las discordias que cabe esperar de una entrañable familia de cobras. No pretendemos que sean bailes versallescos pero sí podríamos aspirar a que algo de lo que se dirima tenga una mínima relación con lo que realmente afecta al ciudadano. Y eso es difícil porque ya desde el noviciado de las juventudes partidistas se enseña que el mundo no existe más allá de los límites de la congregación: el "logos" del partido frente al "caos" de lo demás, y es sobre esa fe en la razón tribal como surgen las conductas mesiánicas, absolutistas y un corporativismo en rampa hacia la corrupción, para escándalo y desesperación de militantes honestos.

Una vez ganadas las elecciones, se inicia la tarea de llenar el enorme panal político-administrativo del país con miles de cargos reclutados entre los militantes del partido o la coalición ganadora porque, desde la lógica de su compacidad, ningún partido se arriesga a agrietarse con la inclusión de independientes, por capaces que sean. La razón del grupo lleva a repartir cargos y responsabilidades entre militantes que no conocemos de nada, pero son lo más fieles a la organización y a sus padrinos. Es decir, que nuestro voto, nuestro anónimo y sagrado voto, sirvió para elegir a unos candidatos… que eligieron otros, como dijo Ambroise Bierce: clara consecuencia del voto abstracto a una lista cerrada. Y así, la Administración surgida de las urnas y de la que habrá de depender nuestras vidas y haciendas habrá sido elegida por una minoría militante que, sumando los carnés de todos los partidos, no llega al 1,5% de la población española.

Pero entonces, ¿qué hacer? Siempre hay procedimientos para ensanchar algo el embudo y ganar "calidad" representativa, como es abrir de una vez las listas electorales, procesos limpios de elecciones primarias ampliadas a simpatizantes y segundas vueltas para evitar chantajes y pactos antinatura. Pero el mango de la sartén seguirá estando en los militantes, pues es entre ellos como se cooptan los cargos públicos sin que los demás tengamos arte ni parte; luego han de ser ellos los que devuelvan una representatividad realmente popular a unas organizaciones abocadas a la corrupción endogámica. Nos consuela algo saber que muchos de ellos están descontentos, pero necesitamos también que se indignen "desde dentro" y pasen a la acción. De lo contrario, el proceso electoral no tendrá ya la forma de un embudo, sino la de ese artefacto porcelánico que engulle lo que le echen por el procedimiento de tirar de la cadena.

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