Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho en ICADE

El peso del Estado

El peso del Estado El peso del Estado

El peso del Estado / rosell

Por fin, en esta España tan zarandeada como cansada de cabalgar a lomos de mula vieja, se reacciona. Frente al relato unidireccional, aquellos que han callado, que han observado, que han preferido no inmiscuirse, empiezan a salir a la calle. Exhibiendo su españolidad. No. No es delito exhibir la españolidad. En un país tan absurda y cainitamente acomplejado como el nuestro, máxime si sólo unos se creen portadores de la verdad y defenestradores taimados de la de los otros, hora era que el ciudadano, pacífica y pluralmente, saliese a la calle. La política debe y ha de estar siempre al servicio del ciudadano. No al revés. Ni sedicente ni sojuzgado y atrapado en sus redes. El interés general nunca puede ser el de unos pocos.

Durante años hemos visto casi de todo y hemos asistido a una cotidiana cadena de despropósitos, del nacionalismo impenitente que escondió sus fracasos de gobierno y gestión tras la bandera original y no sucedánea de Esquerra y de la CUP, capaz de romper, alterar, modelar a su antojo y reírse y pisotear toda legalidad y toda regla democrática, a un Gobierno central que no ha sido capaz de dar respuesta alguna, de contra argumentar el relato único y ofensivo moral y mordazmente del soberanismo y a remolque de las circunstancias. Quién marca la agenda, la acción, golpea primero. Y, en esto, el sparring ha sido el gran derrotado. No hace falta a estas alturas preguntarse por quién ni quién es en definitiva. Sólo basta escuchar lo que la noche del día 1 de octubre se dijo, cómo se profirió que no hubo referéndum y que fracasó, y las imágenes. Hace mucho que algunos están sobrepasados y su equipo desilusionado totalmente amén de falto de cohesión e hilazón común.

Pero, pese a los despropósitos y a los enormes errores que se han cometido, es la sociedad la que despierta, la que empieza a dejarse ver en las calles. Sabedora como es, que es su convivencia pacífica, su bienestar, su estabilidad familiar y económica los que están en juego. Ahora sí, se reacciona. En cinco años, silencio, indiferencia pasiva o durmiente y dejar hacer. Y en eso la sociedad catalana ha pecado. Una por exceso, la otra por defecto. Pero errores los cometemos todos. Absolutamente todos. Y no serán los políticos los que frenen la deriva; al contrario, la han acelerado. Serán las empresas y los empresarios. Sus medio-órdagos de irse fuera, es decir, no cambiar de momento plantas de producción, ensamblaje, distribución, etc., salvo las pequeñas empresas que sí en no pocos casos podrían, sino en modificar legalmente el domicilio social y con la Ley de Sociedades de Capital reformada en 2014, basta la actuación de la administración sin necesidad de que sea la junta de socios la que adopte el acuerdo. Una modificación que tiene efectos taumatúrgicos frente a la cansina letanía sedicente y amenazante de cierto nacionalismo. Porque, amén de las amenazas ciertas de destrucción de empleo, de la huida de capitales y de imposiciones bancarias que sí se están produciendo aunque no alarmantemente de momento, se produce un efecto rechazo, preocupación y cancelación a toda potencial inversión real en Cataluña. Nada hay más cobarde, ni keynesianamente ni no en el keynesianismo que un millón de dólares. Busca refugio seguro. El empresario quiere rentabilidades, ganancia, y eso lleva una base cierta, la estabilidad, la seguridad, la certidumbre a medio y largo plazo pese a los riesgos, el azar y la selección adversa. Todo ello se calcula, pero no cuando se camina por un pozo de dinamita y demasiados barreneros con tentación a inmolarlo todo. Empezando por la convivencia, la tolerancia, la libertad del otro y el respeto al distinto en el modo de pensar.

Y donde sí hace daño todo esto no es una manifestación con más o menos banderas españoles, sino en la fuga de empresas, en la huida calculada y coreografiada de empresas emblemáticas, catalanas por sus cuatro costados y que no habían hasta el momento dicho, aclarado ni afirmado nada. Y, aunque en muchos casos no irá en serio y será un movimiento más del tablero de ajedrez endiablado que han creado, asusta. Porque más allá de que el independentismo les tache de traidores, a saber quién lo es en realidad, son ingresos fiscales tanto municipales como autonómicos que se pulverizan de la noche a la mañana. Son puestos de trabajo directos pero también indirectos que pueden verse afectados cuando no truncados. Y es el mensaje más nítido que va al corazón de la catalanidad. Porque ahí es donde duele, y donde algunos empiezan a ver que esto va en serio y que tal vez la deriva era un mero juego para seguir buscando privilegios y en un momento se convirtió en el trampolín de un precipicio donde ni pensiones, ni nóminas, ni servicios, ni reformas, ni mejoras serán viables. Las arcadias son panaceas para las novelas. Para los cuentos de héroes, no de villanos.

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