Tribuna

Javier gonzález-cotta

Escritor y periodista

¿No es país para viejos?

¿No es país para viejos? ¿No es país para viejos?

¿No es país para viejos?

Decía el escritor Adolfo Bioy Casares que uno nota que está viejo cuando aparecen manchas en las manos y se vuelve invisible para las mujeres. Disculpará el feminismo crecido que don Adolfo, donjuanesco de leyenda, equiparara la vejez con la pérdida de brío conquistador ante las damas y damiselas.

Sabemos que, más allá de la cita del muy alegre Céline, el futuro de la juventud es la vejez. No hay que deprimirse quienes vamos para viejos o ya casi lo estamos en un adelanto póstumo, asomados al balcón de la cincuentena. Pensemos en la vindicación del Viejo desnudo al sol de Fortuny, por mucho que nos gusten y depriman a la vez los cuadros de Lucien Freud, que muestran esos cuerpos lastrados por los años, convertidos en guiñapos.

El discurso, por otra parte, no está exactamente en la estética de la vejez. Incluso hay que matizar el término cuando se alcanza, si el riego lo permite, la última rosaleda de la vida. Ya ni hablamos siquiera sólo de vejez, sino de longevidad. Desde hace años, los organismos internacionales hablan de España como el jardín de los viejos y los longevos, sólo superado por Japón. El griego Anacreonte situaba el país de los longevos en la Bética. Pero eso fue en la era de la antigua Grecia. Hoy por hoy, Asturias es por lo visto la región más envejecida, lo que evidencia que el cabrales, aparte de mal aliento, nos da larga vida. Pero, como decimos, hay que distinguir ya entre vejez y longevidad. Existen hoy en el solar patrio 15.210 personas que superan los 100 años o más. Todo un récord, con permiso eso sí de los súbditos del Sol Naciente.

Hay más de 8,64 millones de españoles que tienen más de 65 años (el 20% de la población), lo que significa una cuarta parte de los votantes en unas elecciones. La tasa de edad media entre españoles es hoy de 43,68 años y en las provincias de Lugo, Orense y Zamora se supera ya la franja de los 50 años. A primeros del siglo XXI, la edad media patria no llegaba a los 40 años (39,40%). Pero la paradójica carrera hacia la vejez se ha disparado en menos de dos décadas hasta alcanzar el citado guarismo anterior. Y el año 2050 ya está aquí, cuando se espera que los mayores de 65 años sean -seamos- el 53,2% de la población. Aparte del habitual abrevadero del turismo, no hay que ser muy esclarecido para suponer que la geriatría va a provocar un boom en el empleo.

A todo esto, los mayores han protestado recientemente en las calles y las han llenado de pancartas, soflamas y silbatos. Piden por la dignidad de sus pensiones. No queremos ni imaginar qué ocurrirá cuando el sistema reviente y la hucha se halle del todo vacía y oliendo a cardenillo. De hecho, lo hará más pronto que tarde, salvo que nos pongamos a procrear con patriótico frenesí o traigamos remesas y remesas de inmigrantes a repoblar las provincias en las que la vejez y la despoblación hacen que un prostíbulo perdido en una carreteruela sea un signo de vana esperanza.

Contemplamos ahora en la tele las acaloradas revueltas de los pensionistas. "No es país para viejos", piensa uno recordando la película de los hermanos Cohen. Y, sin embargo, la paradoja es que nos encontramos en la patria de los viejos, donde una parte no es ya vieja, sino hasta longeva, como si aquí fuera posible, pensiones indignas aparte, alcanzar ese otro pensionado de la inmortalidad, como figuraba en las tablillas sumerias de la antiquísima epopeya de Gilgamesh.

Hace poco, la Fundación Ramón Areces organizó un simposio internacional sobre la vejez. Por supuesto, sus ponentes hablaron del fenómeno de los súperlongevos. Han concluido que el 75% de la vejez y la longevidad depende de uno mismo. Volvemos a los antiguos griegos, para quienes la juventud no era lo más meritorio ni lo más deseable, sino la madurez, la piel de color ocre, la templanza ganada con aquella acmé vital de la que hablaban con sumo respeto.

Al parecer, llegamos a viejos, a muy viejos y a longevos porque llega un momento en que sabemos domeñar el estrés. Lo que nos ha sorprendido de este simposio es que se asegura que, más allá de los tópicos de la vida saludable, la vida en pareja "es un factor salutogénico e influye en la longevidad y la supervivencia". No tiene razón Campoamor y aquello de que era más triste todavía la soledad de dos en compañía. Dicen los expertos que la pareja ayuda a protegernos de enfermedades. ¿Quién lo diría? Volvemos al árbol de la vida. Todo hombre necesita su Eva o, cómo no, su Evo.

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