Tribuna

manuel A. gonzález fustegueras

Arquitecto y urbanista

La izquierda en Latinoamérica

La política como acción colectiva sobre problemas de la sociedad ha perdido relevancia con la llegada de la izquierda a los gobiernos, cuando debería haber dado un salto en calidad

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La izquierda en Latinoamérica

El impeachment a Dilma Rousseff en Brasil o la participación protagonista de líderes como Evo Morles, Correa o Maduro en el entierro de Fidel Castro puede ser una buena oportunidad para reflexionar sobre la experiencia reciente de la izquierda en América Latina. Que las izquierdas alcanzaran el gobierno en muchos países de América Latina y lo mantuvieran durante más de una década a través de varias consultas electorales es un hecho histórico sin precedentes. Casi 60 millones de personas dejaron la pobreza y 28 millones la indigencia. Todos los razonamientos que hagamos para entender los avances, los errores y las limitaciones de las políticas llevadas adelante no deben perder de vista ese hecho trascendente en sociedades profundamente desiguales. Es decir, estos gobiernos mejoraron la vida de las personas y se movieron en dirección a una sociedad más justa y humana. No por evidentes pueden dejarse de lado estos parámetros al iniciar una reflexión, crítica ahora, de por qué se han producido recientes derrotas de la izquierda en el continente. Paso a indicar algunas claves que, en mi opinión, explican estos hechos.

En primer lugar, las visiones lineales de la historia hace tiempo que demostraron su escasa eficacia para analizar los hechos. Ni la idea del desarrollo incesante de las fuerzas productivas, y su contradicción inevitable y superadora con las relaciones de producción como motor de la historia, ni las concepciones instrumentalistas del poder como un objeto a tomar, han resuelto "mágicamente" el conjunto de contradicciones y desafíos de la transformación social. Otro plano a considerar es el debate ideológico, la lucha por la hegemonía en materia cultural. En demasiadas ocasiones la subestimación de las batallas ideológicas en aras de un pragmatismo o una visión tecnocrática ha terminado reafirmando muchos valores del neoliberalismo y debilitando el "espíritu de los cambios". La subjetividad no es un aspecto menor de los procesos sociales, ni una consecuencia más o menos directa de las mejoras en la condición socioeconómica. Se olvidaron de Gramsci para replantear la lucha por la hegemonía, sin "leyes necesarias de la historia", ni sujetos esenciales a priori.

En segundo lugar, no se ha producido una democratización de la política: se ha seguido con el "autismo estatal" y con las lógicas clientelares de captura del Estado por los partidos, sujetos al poder unipersonal u oligopólico de un puñado de dirigentes. Algo similar, aunque con características propias, ha sucedido con los movimientos sociales, por lo que no se han desarrollado estrategias que contribuyan a la democratización de la sociedad. Tampoco se ha roto con el patriarcado, con el racismo, con la discriminación etaria y por orientaciones sexuales, con la estigmatización de los adictos, con la violencia cotidiana en el hogar. Construir una convivencia distinta no es un aspecto menor, secundario frente a las cuestiones económicas. Éstas no son cuestiones privadas, separadas de la política y del Estado, y no han formado parte esencial de la agenda política, tanto en sus dimensiones tácticas, en las luchas actuales, como en el horizonte de proyectos societarios distintos al capitalismo tardío y globalizado que vivimos hoy.

Por último, la financiación de los partidos y sus campañas es otra de las cuestiones que ha puesto en evidencia los mecanismos por los cuales el dinero, el poder económico, incide en la política. La corrupción se ha vuelto estructural en algunos contextos y ha terminado afectando al conjunto del sistema político. Los principios de transparencia y rendición de cuentas han tenido dificultades para implementarse efectivamente.

En definitiva, se ha reducido la política a la gestión de gobierno, lo cual ha sido siempre un grave problema para la izquierda. La política como acción colectiva y de masas sobre problemas de la sociedad ha perdido relevancia con la llegada de la izquierda a los gobiernos, cuando, por el contrario, debería haber dado un salto en calidad. Así, encerradas entre las cuatro paredes de la institucionalidad o siendo anémicos apéndices del gobierno, las organizaciones políticas y sociales que alcanzaron el gobierno dejaron de ser el centro de prácticas políticas hacia y con la población, con capacidad de iniciativa y movilización ciudadana, como dinamizadores de una ciudadanía activa. No apostaron lo suficiente por uno de los nudos centrales e imprescindibles del gobierno de las izquierdas: la profundización de la democracia, donde gobierno, partidos y las fuerzas sociales, desde sus roles, sus características y contradicciones, pero en alianzas, sumando fuerzas, promovieran formas de hacer política que salieran de los moldes tradicionales y que superaran o complementaran esos moldes. Y eso la izquierda lo paga. También aquí.

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