Tribuna

Javier gonzález-Cotta

Escritor y periodista

Turkos y kurdos, enemigos íntimos

Turkos y kurdos, enemigos íntimos Turkos y kurdos, enemigos íntimos

Turkos y kurdos, enemigos íntimos

Saber en qué consiste la prolija identidad del histórico Kurdistán se parece un poco a lo que San Agustín decía acerca del tiempo. "Si me preguntan qué es el tiempo no lo sé; si no me lo preguntan puede que lo sepa". Disculpen esta lección de geografía a bocajarro. Pero existen hasta cuatro kurdistanes distintos, según estemos de turismo de riesgo por el noreste iraní (Rojelat), la parte iraquí (Basur), la faja norte de Siria (Rojava) y el vasto este y sureste de Turquía (Bakur). El que nos ocupa aquí, el mal llamado Kurdistán turco, se extiende desde el bíblico Ararat -icono sentimental para los armenios- hasta el lago Van y las provincias fronterizas con Iraq y Siria. Aquí viven 20 millones de personas. Más en concreto el sureste turco más extremo, de incontestable mayoría kurda, es hoy un diorama de guerra que nada tiene que envidiar a las expósitas ruinas de Alepo.

El último atentado sufrido en Estambul en el estadio Vodafone Arena de Besiktas y el parque Maçka provocó más de 40 muertos y un centenar de heridos, casi todos ellos policías. Una variante del terrorismo kurdo del PKK, los Halcones de la Libertad (TAK), se marcó la autoría de la acción. Si en los atentados que se producen en suelo turco hay muertos civiles, la acción se la atribuye el TAK. Pero si los muertos son los odiados gendarmes y militares, el PKK reivindica tan heroica acción (recordemos que los nostálgicos etarras llamaban ekintza a sus atentados en Madrid). Por ello ha sido de especial cortesía el hecho de que el TAK haya comunicado que el atentado no iba dirigido contra el pueblo turco, sino contra la policía y el "fascismo del AKP" de Erdogan. No obstante ha advertido a los turistas para que no viajen a Turquía. ¿En qué quedamos? ¿Hay o no hay terror para todos?

Siendo frívolos -y entonando nuestra fathiya por los muertos-, la verdad es que las bombas se han incorporado al atractivo paisaje estético de Estambul. Si con el intento de golpe de estado del pasado verano alucinábamos viendo de noche por la tele los tiroteos sobre el luminoso puente del Bósforo en Ortaköy y los cazas sobrevolando rascacielos financieros y mezquitas, ahora hemos alucinado de nuevo al ver cómo explotaban las bombas junto al estadio del Besiktas (véase el vídeo en el que unos jovenzuelos están tocando la guitarra cerca de Taksim y al fondo estalla el fucilazo sobre la negrura del parque Maçka).

La histórica rebelión de los kurdos tribales viene de lejos, desde el Tratado de Lausana de 1923, que fija las actuales fronteras de la nueva república turca. Llegando desde Persia a Anatolia, cuenta la intrépida viajera Rosita Forbes en sus crónicas para el Daily Telegraph que en 1929 los kurdos de la frontera y el modernísimo ejército turco se aniquilaban con saña en los nevados predios del Ararat. "¡Vamos a exterminar a la raza maldita!", oía gritar con el favor del eco de las montañas. Pero lo decían los kurdos respecto a los turcos y no al revés, como podríamos suponer siguiendo el canon de nuestras acomodadas simpatías por unos y por otros. El ejército cometió sus atrocidades (luego repetidas con mayor crudeza en 1937). Por su parte los guerrilleros kurdos asesinaron a incautos campesinos anatolios (tal vez en recuerdo de las matanzas de armenios en las que colaboraron bajo el sultán Abdülhamit II y más tarde durante las horrorosas deportaciones de 1915).

El terrorismo kurdo es más reciente. A partir de 1984 el PKK libra su lucha contra el ejército turco desde los roquedales del Taurus hasta el Zagros. Desde el verano de 2015, rota ya la tregua entre gobierno y PKK, el odio ingénito entre kurdos -no todos- y turcos -no todos- ha alcanzado un pico brutal. La conciliación parece hoy una fantasía de mal gusto. La devastación en las provincias kurdas de Turquía es la muestra visible a la que ha llevado la mutua exacerbación.

Si así se puede decir, la culpa de la destrucción del sudeste turco ha sido de los hermanos kurdos de Siria. La resistencia de los peshmergas contra el Estado Islámico en Kobane y su defensa de los yazidíes ante su exterminio por parte de los barbudos islamistas, alentó las simpatías hacia los kurdos. El PKK aprovechó la ola a favor. Diseñó entonces una resistencia armada en el interior de ciudades turcas afines. El ejército turco acabaría arrasando con artillería pesada los focos de la inaudita rebelión. Estado de sitio y guerra total. Ciudades remotísimas para el urbanita estambulí o de la secular Esmirna, como Nusaydin, Cizre o la parte vieja de Diyarbakir (la ciudad de las murallas de basalto negro), quedaron convertidas en escombreras. El reportero Andrés Mourenza llamó a Cizre la Grozni turca.

Fracasada aquella táctica, el PKK ha vuelto a la tradicional política de atentados escandalosos en el orto de Turquía. La última demostración ha sido el atentado en Besiktas. El primer ministro turco Sülyeman Soylu dijo que los responsables kurdos serán eliminados de esta tierra. Hace casi un siglo Rosita Forbes escuchó lo mismo, pero de boca de un kurdo en referencia a los turcos. Continuará.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios