Tribuna

mANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ

Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz

Suspiros de España

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Suspiros de España

Con frecuencia me ha llamado la atención la facilidad con que, en nuestro país, asumimos todo (o casi todo), sin el menor sentido crítico, sin apenas resistencia. Y lejos de ser una consecuencia de la tan cacareada crisis, es algo que viene de lejos. De tanto despersonalizarnos, borrar nuestra propia identidad como pueblo, renegar de nuestra historia y de nuestro pasado, en definitiva de todo lo que somos y hemos sido, a diferencia de otras naciones de nuestro mismo entorno, en ello más conservadoras, nos hemos hecho irreconocibles a nosotros mismos.

Hace apenas unos años, cuando comenzaba en la universidad española la aplicación de los acuerdos europeos de Bolonia para la educación superior, le pregunté inocentemente a un colega de la Universidad de Oxford, cómo pensaban ellos hacerlo. Y mirándome con extrañeza me contesto: "Si a nosotros siempre nos ha ido bien con nuestro sistema universitario, ¿para qué cambiar?" Pero claro, ya se sabe, se trata de los británicos, que no se casan con nadie, combinan tradición e innovación sin problema y tienen un sentido práctico envidiable. Nada que ver con la universidad española, que rápidamente se apresuró a poner en marcha los acuerdos sin encomendarse ni Dios ni al Diablo. Teníamos que volver a demostrar ante los demás, por enésima vez, nuestro europeísmo. Y, ciertamente, los resultados de la aplicación están muy lejos de ser satisfactorios. Que le pregunten si no a los sufridos profesores y alumnos.

El otro ejemplo nos remite a las recientes Navidades. ¿Cuántos países europeos celebran los Reyes Magos en lugar de su Santa Claus o Papá Noel característicos, o han simultaneado ambos? En España, animados por el comercio, celebramos todo. Y no sólo ocurre con lo dicho: sucede igualmente con Halloween, falto de tradición entre nosotros, que ha pasado en menos de una década a formar ya parte de nuestras vidas. O con la Night Black después. Además, ya sabemos que ahora toca en nuestro país un tiempo de comecuras, que ya pasó el de seguirlos en la procesión. Aquí, como si hubiésemos sido laicistas de toda la vida, a renegar ahora de lo que suene a Iglesia, cristianismo, signos religiosos o parecido. Y tampoco ha habido nunca franquistas, líbrenos Dios, que es un dictador, y en España nuestros abuelos, padres y tíos, fueron todos republicanos.

En este país, el travestismo, lo políticamente correcto, hacen estragos, y perdemos el trasero por estar al día. Ahí están los medios de comunicación correctores para transformar los nombres de toda la vida: La Coruña en A Coruña, Gerona en Girona, Játiva en Xativa o San Sebastián en Donosti. Y, por supuesto, que no se olvide en cualquier discurso u homilía, lo de todos-todas, padres-madres, niños-niñas, vosotros-vosotras. Como dice algún comentarista radiofónico, perdón por tomarle la expresión, en este país hay más tontos que botellines. Todo lo que hacemos, eso sí, es a lo grande. Lo malo es que equivocamos con demasiada frecuencia el rumbo.

Lejos queda ya el orgullo y el sentido de la honra hispanos, que tanto enfadaba a nuestros enemigos. Antes bien, España asemeja hoy a un país lanar, una tierra del ande yo caliente ríase de mí la gente, y otra de gambas; de pasotas, sin otro objetivo que defender, a no ser la tranquilidad propia. Hemos visto sucederse tantos cambios otrora impensables en tan pocos años y en tan diferentes ámbitos, que habiéndolos dejado pasar gordos podemos hacer lo mismo con los tremendos. De manera anecdótica: quién hubiera imaginado hace algunos años esos mayores con gorra de gringos o pantalón corto, hoy tan frecuentes, en sustitución de su boina y el pantalón largo, tan honorables como les hacía en su dorada ancianidad. A este país no lo reconoce ya ni su madre, y no sólo en los pequeños detalles.

Una mezcla de inapetencia y amnesia colectivas parece recorrer nuestro ser del Oriente al Occidente peninsular, de Norte a Sur. Y ello nos hace vulnerables. Suele suceder cuando un país deja de conocer lo que es, lo que ha sido y está lleno de complejos. En efecto, estimado lector, aquí puede ocurrir de todo o casi de todo; nada debe sorprendernos. Qué desaparece España. ¿Y qué? Qué en lugar de la Navidad celebramos el Solsticio de Invierno o se promulgan leyes que hace no mucho nos hubieran escandalizado. Pues vale. Cuando un país no se respeta, es como una tabla rasa sobre la que puede escribirse de todo. Y no siempre con trazos rectos.

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