Tribuna

Alfonso Lazo

Historiador

Real Madrid, campeón

Real Madrid, campeón Real Madrid, campeón

Real Madrid, campeón

No tengo ni idea de fútbol ni he visto un partido en mi vida, pero escuché por la radio del coche que alguien había metido en una línea de potentes ordenadores los datos de los futbolistas españoles, los árbitros, el estado del césped en los campos, el clima de cada ciudad, la historia de cada gol los últimos treinta años. Todo. La respuesta fue que el Real Madrid ganaría la liga. Ya veremos. Porque ninguna computadora es capaz de predecir los movimientos de la libertad del hombre incluso jugando al fútbol.

La equivocación de Marx fue sostener que la Historia se regía por leyes inapelables que condicionaban a los humanos. Trotski creyó haberlas descubierto y ser capaz de predecir el futuro de la revolución bolchevique casi al detalle. No predijo su propio asesinato a manos de Stalin. Hoy ningún historiador acepta predicciones semejantes: la libertad de los hombres impide cualquier pronóstico.

Y, no obstante, en el mundo de las ciencias biológicas aparecen estudiosos que con frecuencia niegan el libre albedrío: el hombre no puede escapar -predican- a las reacciones de sus células cerebrales ni a los genes de su herencia. "El destino son los genes", escribió Edward O. Wilson, el padre de la sociobiología: desde su aparición sobre la tierra ya estaba marcada la historia completa del Homo sapiens. Curioso que tales científicos estén retrocediendo al siglo XIX, cuando Taine aseguraba que el vicio y la virtud eran productos químicos como el vitriolo y el azúcar. Curioso, porque esos hombres de ciencia se ven a sí mismos como progresistas; extraños progresistas que convierten el progreso en un mecanismo ciego: el progreso de un río, el progreso destructivo de la lava de un volcán, el crecimiento de una calabaza.

Va de suyo que sin libre albedrío se hace imposible cualquier moral y cualquier proyecto. Yo ando buscando estos días algún calígrafo que me copie y enmarque una estupenda frase de Burke: "Para que triunfe el mal sólo hace falta que la buena gente no reaccione". Mas sin libre albedrío no hay buena gente, ni tampoco los malos son responsables de nada. El destino como fatalidad al que nos condenan esos progresistas no es sólo el encuentro con la muerte en Samarcanda, sino la obligación biológica de ver esta o aquella película, de votar a este o aquel partido, de asesinar a la abuela para gastarse el dinero en drogas. Uno se pregunta entonces si no sería mejor hacerle la lobotomía a los delincuentes en vez de tirar dinero en cárceles educativas, y si no sería un ahorro suprimir campañas electorales puesto que nuestro voto ya está condicionado de antemano. Sean consecuentes los negacionistas de la libertad individual y, si quieren igualdad, lobotomicen a la sociedad entera. La ciencia positivista, incapaz de dar cuenta de una realidad inabarcable, se ciega ante la evidencia espiritual del libre albedrío. Pues el pensamiento surge, sí, de la materia del cerebro y de los chispazos de sus neuronas, sin ser por ello ni materia ni energía; algo real, no metafórico, con el libre y misterioso poder de ordenar al cerebro, del que ha nacido, escribir Hamlet o componer la Novena Sinfonía. El positivismo materialista niega lo que no puede explicar. Niega también el humanismo.

Algunos cosmólogos y ecologistas varios han descrito la humanidad como "un pingajillo" perdido en un rincón de la galaxia. Prefiero el optimismo de quienes ven en el hombre al único ser vivo que al gozar de inteligencia escapa a la naturaleza, la domina y se convierte así en centro del universo. El humanismo judeocristiano, el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, nos convierte en príncipes liberados del destino y protagonistas de una Historia concebida como progreso. Humanismo esperanzado y progresista, raíz del Renacimiento y la Ilustración, merece las luminarias de Navidad.

Luego, a lo mejor el Real Madrid termina siendo campeón de Liga. ¿Desmentida mi defensa de la libertad del hombre por una batería de ordenadores? Para salvar mi honor herido podría invocar la autoridad de Sartre cuando asegura que cualquier persona y en cualquier circunstancia, a diferencia del ordenador, es siempre responsable de sus actos. Pero prefiero salvarme con Pascal. El hombre no es más que una débil caña, y para destruirlo no es necesaria toda la fuerza del universo, basta una gota de agua. Mas el universo no sabe que lo mata, mientras que el hombre sabe que muere porque es una caña que piensa. Ahí está la superioridad. Somos los reyes de la creación.

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